Saneamiento viene de sano

En los países en desarrollo, unos 2.500 millones de personas, el 40% de la población mundial, defecan al aire libre o carecen de instalaciones de saneamiento adecuadas. Además, 2.100 millones de habitantes de zonas urbanas cuentan con instalaciones que no eliminan los desechos humanos de forma higiénica.

Aunque en las ciudades hay más letrinas privadas y públicas, la mayoría de instalaciones están conectadas a tanques sépticos que no se vacían de forma segura u otros sistemas que vierten aguas fecales sin tratar en zanjas de desagüe o en aguas superficiales. El saneamiento deficiente y la falta de higiene causa la muerte por diarrea de 1,5 millones de niños cada año. Cuando no mata, la diarrea crónica retrasa el desarrollo en la infancia, ya que dificulta la absorción de nutrientes esenciales que tienen una importancia fundamental para el desarrollo de la inteligencia, el cuerpo y el sistema inmunitario. La diarrea crónica también dificulta la absorción de vacunas que salvan vidas. En el caso de mujeres y niñas, el acceso a mejores servicios de saneamiento supone mayor dignidad, intimidad y seguridad personal.

El saneamiento protege el medio ambiente

Finalmente, un saneamiento deficiente tiene un impacto devastador sobre el medio ambiente, pues produce la contaminación de ríos, acuíferos, mares y tierras de cultivo. El reto, por tanto, consiste en implantar un sistema de saneamiento integral en los países en desarrollo para mejorar las condiciones de vida de sus habitantes, tanto en zonas rurales como urbanas. Un saneamiento en sentido amplio, entendido como el conjunto de acciones, técnicas y de salud pública dirigidas a alcanzar niveles crecientes de salubridad ambiental. Que comprenda la gestión y tratamiento del agua potable, aguas residuales y residuos orgánicos tales como excrementos y restos de alimentos. Y que fomente prácticas de higiene que reduzcan los riesgos para la salud y prevengan la contaminación.

Inversión e investigación

La mejora del saneamiento en zonas deprimidas requiere, en primer lugar, inversión en infraestructuras para construir redes de alcantarillado y tratamiento de aguas residuales. Pero también es necesario investigar en el ámbito de las tecnologías de saneamiento, así como en nuevos métodos para poner productos y servicios a disposición de poblaciones pobres. Y es que los inodoros, alcantarillas y sistemas de tratamiento de aguas residuales que utilizamos en los países desarrollados requieren grandes extensiones de terreno, mucha energía eléctrica y agua, y además suponen elevados gastos de construcción y mantenimiento. Las alternativas existentes, aunque menos costosas, suelen ser poco atractivas por su diseño poco práctico o porque retienen los olores y atraen insectos. Para resolver el reto del saneamiento en los países en desarrollo será preciso contar con innovaciones radicales que se puedan poner en uso a gran escala. Especialmente en las zonas urbanas, donde miles de millones de habitantes no hacen más que capturar y almacenar sus desechos, ya que no cuentan con métodos sostenibles para eliminarlos cuando los tanques sépticos y los pozos de las letrinas están llenos.

El programa de agua, saneamiento e higiene de la Fundación Gates centra su labor en el desarrollo de recursos y tecnologías capaces de efectuar mejoras radicales y sostenibles en materia de saneamiento. Su estrategia está encaminada a aumentar la demanda de un mejor saneamiento en zonas empobrecidas. Comprende iniciativas para poner fin a la defecación al aire libre en zonas rurales, extender la recolección de desechos y eliminar los agentes patógenos presentes en ellos. De Bill Gates podrán decirse muchas cosas, pero su inteligencia y visión estratégica están fuera de duda: si destina ingentes recursos a desarrollar redes de saneamiento es porque esta medida tiene un gran impacto en la vida de la gente.

 

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