Renovarse o morir: el papel de la ONU en el siglo XXI

La ineficacia que ha demostrado la organización internacional más grande del planeta ha quedado patente en conflictos recientes como el de Siria y en otros mucho más longevos como el de Israel y Palestina. El derecho a veto de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial tiene que pasar a la historia para que este organismo supranacional pueda recuperar el peso de antaño, si es que alguna vez lo tuvo. Mientras esto no ocurra, las resoluciones de este organismo seguirán siendo papel mojado a ojos de las grandes potencias y de sus intereses estratégicos.

El pasado sábado, la ONU cumplió 70 años. Cientos de monumentos de todo el mundo se tiñeron de azul para conmemorar tan importante efeméride, pero la institución no pasa por su mejor momento. De hecho, casi todo el mundo se hace la misma pregunta: ¿Para qué sirve hoy la ONU?

La mayor organización internacional del planeta nació en San Francisco el 24 de octubre de 1945. Europa, todavía devastada a causa de la Segunda Guerra Mundial, entendió que era vital la creación de un organismo como este para no volver a repetir un horror como el que acababa de vivir. Así surgió Naciones Unidas, una asociación de gobierno global que, según reza en su orden fundacional, “facilita la cooperación en asuntos como el Derecho Internacional, la paz y seguridad, el desarrollo económico y social, los asuntos humanitarios y los derechos humanos”.

No cabe duda de que gracias al gran foro de diálogo en que se convirtió la ONU, el conflicto entre EEUU y la URSS no llegó a más en aquellas décadas convulsas de Guerra Fría que significaron la constante amenaza nuclear de estas dos súper potencias. Pero con la desaparición de los dos grandes bloques que siguió a la caída del Muro de Berlín, la ONU ha perdido un poco su razón de ser, pues aunque aprueba decenas de resoluciones, pocas de ellas son tenidas en cuenta a la hora de acabar con los diferentes conflictos que golpean el mundo.

“Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra…”. Basta con leer el primer punto del preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas y confrontarlo, por ejemplo, con la realidad en Siria para medir el decepcionante rol que juega esta institución hoy en día.

La ONU nació rodeada por una lucha de poder. Porque nacer controlada y vigilada por un Consejo de Seguridad dominado por cinco miembros permanentes (China, Francia, Rusia, Gran Bretaña y EEUU) que tienen el privilegio de ejercer el veto, es nacer sin fuerza ni influencia alguna. Es decir, aunque actualmente más de 190 países conformen su asamblea general, solo son estos cinco los que tienen poder real de decisión. Al ofrecerles el derecho de paralizar el sistema, hipotecaron el futuro de la organización.

Pero donde se aprecia el fracaso más absoluto de la ONU es en conflictos como el de Siria (desde 2011, Rusia ha usado su veto cuatro veces para evitar que la ONU aplique sanciones contra el régimen de Al Assad o despliegue allí un plan de paz) o en el palestino-israelí, que se mantiene activo desde hace más de seis décadas sin que haya acuerdo alguno de paz.

La última operación israelí, ‘Margen Protector’, en la que se contabilizaron cerca de 1.300 muertos, devolvió la mirada a Naciones Unidas y su órgano ejecutivo, el Consejo de Seguridad. Desde aquella primera resolución de la Asamblea General, fechada en 1947, que declaraba la partición de Palestina en un Estado judío y otro árabe, el Consejo de Seguridad ha emitido cerca de 90 resoluciones directamente relacionadas con la ocupación del territorio palestino por parte de Israel, de las cuales la práctica totalidad han sido incumplidas. Por cierto, Estados Unidos ha utilizado su derecho a veto tres veces desde 2005, las tres para proteger a Israel.

Solo cabe la reforma

Con motivo de su 70 cumpleaños, un comité independiente de 14 expertos ha elaborado un informe con una ambiciosa lista de recomendaciones destinadas a la reforma de este organismo. Titulado “Afrontando la crisis de la gobernanza global”, este documento asegura que la ONU no está preparada para encarar las amenazas actuales, que son cambiantes y transfronterizas. “Si no quiere arriesgarse a prolongar crisis globales, debe renovarse”, reconocen estos expertos.

Tal y como explica el diario El País, la transformación propuesta pasa, entre otras cosas, por modernizar las operaciones internacionales de paz y mediación. Según los autores, es necesario crear una nueva generación de mediadores, con una mayor proporción de mujeres, para prevenir conflictos y sostener la paz. Asimismo, resulta vital disponer de suficiente personal civil, militar y policial para atender las labores de las propias misiones de paz. Involucrar a las mujeres al posterior proceso de reconstrucción, y coordinar a todas las agencias de la ONU para evitar atrocidades se considera irrenunciable.

El clima es otro de los pilares de la reforma sugerida, y se pide la colaboración del sector privado, la creación de licencias para tecnología ecológica, y la revisión de los experimentos llevados a cabo sobre “los cambios atmosféricos”.

Dadas las consecuencias inevitables de los vaivenes de la economía mundial, el estudio propone “crear un G20 adicional (G20+) para que una verdadera cooperación evite crisis financieras”. En cuanto al cibercrimen, otro fenómeno generalizado, se presenta como necesaria la fundación de una red global de centros para combatirlo, con ayuda de INTERPOL.

Y todo ello sin entrar a valorar el alto coste que supone mantener esta institución y su ejército. Por ejemplo, preservar la paz se ha convertido en la empresa más cara de la ONU. Mantener a los 125.000 cascos azules desplegados en 16 países va a costar 9.000 millones de dólares en 2015, más del doble que hace 10 años y 18 veces más que en 1991. Solo por la República Democrática del Congo, cuya misión vale 1.000 millones al año, han pasado 250.000 soldados extranjeros en la última década. Además, la intervención en países como República Centroaficana está ensombrecida por diferentes denuncias de incumplimiento de Derechos Humanos que, para más inri, no ha tenido ningún tipo de responsabilidad política.

Adiós al veto

Asimismo, y como era de esperar, este informe de recomendaciones señala la anomalía del Consejo de Seguridad en su composición actual. Formado como decíamos anteriormente por cinco estados con derecho a veto –elegidos, por cierto, entre los vencedores de la II Guerra Mundial- se anima a “brindar oportunidades a otros países, organizaciones regionales y no gubernamentales, así como autoridades locales, para que contribuyan a la forja y mantenimiento de la paz”. Al mismo tiempo, el informe asegura que habría que fortalecer la legitimidad del Consejo y restringir o eliminar el derecho de veto.

Sin duda, esta medida sería vital para conseguir que la ONU tuviera un papel relevante en el siglo XXI. Una vez desaparezca el veto, sería también importante dar a las Naciones Unidas el papel vinculante que nunca ha tenido. Con esto, sus resoluciones deberían ser de obligado cumplimiento por los países afectados. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Porque, mientras el mundo se enfrenta a numerosas crisis financieras, militares, energéticas y alimentarias, algunos nos obligan a creer que la acción colectiva y la resolución no-violenta de los conflictos es una quimera inalcanzable.

 

 

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