Primates en la era de la conexión

Los futurólogos del trabajo nos anuncian que, desde ya mismo, una gran parte de nosotros nos convertiremos en lo que Thomas W. Malone ha definido como e-lancers, trabajadores autónomos e independientes, que ofreceremos nuestros servicios desde casa, conectados a los clientes a través de internet.  Nos aprovecharemos de la conectividad y formaremos parte de un ecosistema de internautas, con los que cooperaremos en el desarrollo de nuestra labor. Si además de esto, nos convertimos en bioinformáticos o nanomédicos, la cosa suena bastante “cool”, ¿no?

Pero ahora hágase el lector esta reflexión, como sugiere Michael Gazzaniga: “Piensa en las últimas 24 horas de tu vida. Y ahora pregúntate qué porcentaje de ese tiempo has dedicado a pensar en temas sociales. Descubrirás que ha sido alrededor del 99% del tiempo. ¿Cómo estará tu mujer? ¿Y tu hijo? ¿Y la persona que trabaja contigo? ¿Cuál es su intención? ¿Les vas a gustar? ¿Qué piensan?”

Primates sociales

Constantemente conjeturamos sobre nuestras interacciones sociales del día a día, ¿por qué? Porque somos animales sociales, primates con un cerebro evolucionado para permitirnos organizar nuestro complejo mundo social. Los humanos desarrollamos el fuerte poder procesador de nuestro cerebro actual para gestionar todas las relaciones sociales que mantenemos.

Pero no sólo el dominio social está muy presente en nuestra mente, sino también en nuestras conversaciones. El lenguaje primitivo era social, se utilizaba como medio para transmitir y recibir información social. Luego derivaría para transmitir otro tipo de información, hacia descripciones de objetos físicos, etc., pero el aspecto social de nuestras conversaciones está más presente de lo que a menudo pensamos.

Como señala Robin Dunbar, los humanos mantenemos conversaciones técnicas pero en general nos aburren, nos gustan más las conversaciones sociales, hablar sobre alguien conocido o sobre nuestras experiencias. Para Dunbar, que el dominio social tenga tanta importancia en nuestras conversaciones no puede ser algo meramente accidental o palabrería intrascendente sólo para llenar el tiempo entre conversaciones extrañas pero importantes. La naturaleza rara vez es tan despilfarradora: no desarrolla rasgos que se utilizan con un propósito sólo de manera muy ocasional.

Pero si nuestra fascinación por el mundo social es algo clave de nuestra naturaleza, anclado en nuestro cerebro, ¿cómo nos afectará el desarrollar el tipo de trabajo característico de un e-lancer, con un tipo de relación con los demás mayoritariamente virtual y no física? Hace unos meses un amigo que pasó a trabajar como freelance, tras toda su vida profesional en organizaciones, me comentaba que tenía el “síndrome del autónomo”, una etiqueta informal para describir un estado emocional nuevo para él: echaba de menos las interacciones más tradicionales que se dan en cualquier organización: las conversaciones, la socialización que se produce en los desayunos o en las horas de la comida, etc.

Los nuevos espacios para emprendedores y autónomos que están surgiendo en las ciudades palían este hecho. No sólo facilitan infraestructuras tecnológicas y ofrecen un caldo de cultivo para la innovación debido a la interrelación de profesionales diversos, sino que cubren las necesidades subyacentes de socialización y trabajo en grupo que tenemos las personas.

Inteligencia emocional y tecnologia

En mi experiencia como coach de equipos, los aspectos socioemocionales de los mismos son fundamentales, más importantes que los relacionados con la tarea y objetivos a alcanzar. Los coaches, mediante dinámicas y herramientas, trabajamos con los equipos para que aprendan a gestionar y mantener por sí mismos un buen clima emocional, que deviene en la base principal de un eficaz y duradero desempeño futuro. Estos patrones de interacción y cuidado emocional de los equipos no son necesarios porque sí, tienen bases biológicas ancladas en nuestro cerebro a través de miles de años de evolución como primates sociales.

En la actualidad, nuestras formas de socialización pueden estar siendo modificadas por las tecnologías de la información, que están cambiando nuestros patrones de interacción y conectividad. El impacto de la tecnología en nuestra socialización no es algo nuevo en la historia evolutiva. Según Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones de Atapuerca: “el fuego es el gran elemento socializador. La sociedad de la información nació alrededor del fuego. Es un elemento ‘radializador’, permite que todos los miembros del grupo se vean no de uno en uno, sino en conjunto, y posibilita la comunicación intergeneracional”.

Internet, el móvil, etc. son también inventos que cambian nuestros patrones de socialización. Pero si la generalización del fuego exigió centenares de miles de años, hoy en día los cambios en la tecnología son vertiginosos. Quizá nuestro cerebro no está preparado para cambios tan rápidos, porque recordemos que, aunque evolucionado, sigue siendo el de un primate.

Pero es demasiado pronto para saber si la tecnología está realmente cambiando nuestras formas profundas de socialización, o son estas las que modelan a aquella, pues estamos viendo cómo estamos reconfigurando entre todos la primitiva internet en una experiencia social, a través de las redes sociales tipo Facebook o Twitter, o, como algunos sociólogos han señalado, aunque se han usado los móviles o las redes sociales para organizar sucesos como el 15-M o las revueltas árabes, las personas se terminaban juntando físicamente en las plazas de las ciudades para reunirse, dialogar, cooperar, etc. La conexión virtual se utiliza, en gran medida, para organizar nuestra conexión y conducta social más tradicional.

En cualquier caso, y hasta que tengamos la tecnología y el conocimiento necesario para modificar el funcionamiento de nuestra mente (mediante chips o nanorobots insertados en nuestro sistema nervioso o neuronal), la biología de nuestro cerebro seguirá condicionando de manera fundamental nuestra conducta social, y puede que se produzcan tensiones y dificultades emocionales en las personas, debidas al aislamiento físico que los nuevos empleos y la mayor interacción virtual implicarán, en detrimento de nuestras relaciones sociales más tradicionales. Quizá la formación para los empleos futuros debiera incluir la inteligencia emocional o el entrenamiento de habilidades sociales, para paliar estas dificultades. Al fin y al cabo, ¿a quién le interesaría convertirse en un bioinformático infeliz?

 

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