Otra forma de ver el mundo

Para llegar a una sociedad más justa, solidaria y sostenible necesitamos algo más que prosperidad económica y estabilidad política. Ante todo, es precisa una transformación cultural, una forma distinta de entender el mundo, de relacionarnos con nuestro entorno y con los demás. Porque no se trata solo de hacer las cosas de forma diferente, sino de replantear nuestra forma de estar en la Tierra.

Esta transformación no es nada fácil, porque pasa por cambiar un imaginario que tenemos grabado a fuego. El economista John Maynard Keynes decía con acierto que «la dificultad no es tanto concebir nuevas ideas como saber librarse de las antiguas».

Nuestra resistencia natural al cambio y el inmenso poder de la inercia son obstáculos importantes. Llevamos demasiado tiempo creyendo que lo material es lo más importante y principal. Que el crecimiento económico es la solución a todos nuestros problemas y que hará desaparecer la pobreza y desigualdad extremas. Que los humanos somos dueños y señores de la Tierra. Que podemos contaminar el planeta y consumir recursos naturales sin límite. Que el calentamiento global y el cambio climático son cuentos chinos. Que la tecnociencia y los «mercados» se ocuparán de todo. Que si miramos por nosotros mismos nos irá mejor que si pensamos en el bien común. Que competir es mejor que colaborar. Que sólo los más fuertes sobrevivirán. Que no somos responsables de lo que ocurre en el mundo y a nuestros semejantes. Que el hombre debe mandar y la mujer obedecer. Que el cerebro (la razón) debe primar sobre corazón y alma (las emociones). Que la violencia y la guerra son inevitables. Que hay que defenderse de los demás en lugar de tender puentes. Que los grandes problemas de la humanidad son fatalidades sin remedio y que poco o nada podemos hacer para resolverlos.

Ya vamos descubriendo que nuestras creencias no se sostienen, estamos despertando del sueño y sufriendo las consecuencias. Vivimos en tiempos de crisis (en plural), pero también de cambios. Cambios que han de ser profundos y no cosméticos, pues afectan a nuestro sistema de valores. El reto de hacer de este mundo un lugar mejor para vivir no es de evolución, sino de transformación. No es tiempo de retoques tibios, sino de cambios de calado. Pero que nadie se asuste, no se trata de tirar por la borda todo nuestro bagaje y tradiciones. Quedémonos con lo bueno y cambiemos lo que no funciona o impide que avancemos en la dirección correcta. Eso sí, seamos valientes y no finjamos, una vez más, que todo cambia para que nada cambie.

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