El país del fútbol se opone al Mundial

Desahucios, explotación laboral, muertes y represión. Brasil acoge la próxima semana el evento futbolístico más importante del mundo envuelta en una oleada de protestas. La población, hastiada, pide más pan y menos balón. La policía y el ejército han ocupado las zonas más conflictivas del país para intentar ocultar la miseria en la que vive parte de su población.

Brasil está resquebrajado. Sin embargo, a los medios de comunicación parece que les cuesta informar sobre lo que está ocurriendo en el país que en apenas una semana acoge el Mundial de Fútbol de 2014. Solo por hacer un resumen: el 2 de junio, al menos cinco personas resultaron heridas en un tiroteo ocurrido en un centro comercial de Jaboatao, una de las sedes del Mundial. Ese mismo día, los empleados de salud, educación y limpieza urbana se declararon en huelga en Porto Alegre para exigir mejoras salariales.

Mientras tanto, las manifestaciones en contra de la celebración del evento futbolístico se convocan a diario aunque la represión policial para evitar el aumento de las protestas es cada vez mayor. De hecho, voces distinguidas del fútbol brasileño como Ronaldo, ex jugador de Real Madrid y Barcelona, piden más represión contra los manifestantes. “La Policía tiene que hacer caer las porras, sacarlos de las calles”, aseguró el multimillonario ex futbolista. Aun así, unos días antes manifestó estar “avergonzado por el fracaso de su país en terminar las infraestructuras prometidas”. Pero ¿por qué esta oleada de protestas? Algunos futbolistas como Iniesta mostraban su estupefacción: “Es la Copa del Mundo en el país del fútbol. Nada es más bello que esto”. Parece que todavía hay quien no sabe mirar más allá de la burbuja fantástica en la que vive… Intentemos explicárselo.

Menos apoyo y más represión

El apoyo de la población brasileña al Mundial de Fútbol sigue cayendo en picado. En 2008, un año después de que Brasil fuera elegido como país anfitrión para el Mundial de 2014, las encuestas revelaban que el 79% de la población aprobaba la realización de este importante evento deportivo. Hoy, una semana antes de su inauguración, solo el 48% de la población está conforme con el Mundial, según los datos presentados por el Instituto Brasileño de Opinión Pública y Estadística y el Instituto Datafolha. “Incluso ahora, fuera del clima de protestas, esa crítica a la realización del Mundial creció. Ese es un resultado importante, ya que anteriormente la población estaba dividida”, dijo Mauro Paulino, director general de Datafolha.

El apoyo popular cae, aumentan las protestas y con ello la represión. En 2013, los desahucios, la explotación laboral de quienes levantan las macroinfraestructuras y la violación de los derechos humanos han ensombrecido los preparativos para el campeonato. Según Solidar, la mayor red europea de ONG, entre 150.000 y 170.000 personas han sido desalojadas de sus hogares para poder celebrar el Mundial. Estos desplazamientos forzados suponen violaciones masivas de los derechos humanos. A menudo, estos desalojos vienen acompañados de recolocaciones en áreas alejadas, en la periferia, o de indemnizaciones que no alcanzan para una nueva vivienda. “Pero las situaciones más dramáticas se derivan de los desalojos violentos, que no incluyen ningún tipo de solución alternativa de vivienda, como ocurrió el 14 de abril en la Favela de Telerj”, indica la periodista Rosa Jiménez en un reportaje publicado en Diagonal.

Ese día, más de 1.600 policías atacaron durante horas a las más de 5.000 personas que desde marzo ocupaban naves abandonadas de la antigua empresa Telerj porque no podían pagar el alquiler de una vivienda. Los disturbios enfadaron a gran parte de la ciudadanía. La policía golpeaba a todo el que se encontraba por delante. Se incendiaron varias alas de los cuatro edificios que componen el antiguo complejo industrial y las familias, aterrorizadas ante la violencia del ataque, corrían despavoridas de un lado a otro. Y aunque intentaron huir, fueron reprimidas por el fuerte cerco policial que rodeó todo el complejo y que usó pelotas de goma y bombas de gas lacrimógeno para reducir a las miles de personas alojadas en el recinto. “Fueron expulsadas de sus casas sin poder recoger sus pertenencias ni sus documentos de identidad”, explica Rosa Jiménez. Sin tener a dónde ir, las familias acamparon ante la Alcaldía de Río de Janeiro, donde fueron de nuevo violentamente expulsadas. Finalmente, se refugiaron en el párking de la catedral de Río, que aunque cerró sus puertas para que las familias afectadas no pudieran entrar, ha aceptado negociar para encontrar una solución viable que todavía no ha llegado.

Unidades de Policía Pacificadora

Esta ola de violencia nace tras el afán del Gobierno brasileño por eliminar la pobreza de los ojos del turista. Para ello, el gobierno conservador de Río ha implantado las Unidades de Policía Pacificadora (UPP), un grupo paramilitar que desde 2008 asegura “limpiar de narcos” las favelas de Brasil. Sin embargo, los habitantes de estos barrios pobres aseguran que solo han servido para mantener constantemente vigiladas sus calles. Además, a medida que el Mundial se acerca, las denuncias se multiplican. Por ejemplo, en abril, el joven bailarín Douglas Pereira, de 25 años, fue hallado muerto con un disparo en la espalda tras una revuelta entre narcotraficantes y policías de la UPP. La UPP aseguró que había muerto tras una caída, a pesar del balazo que tenía en la espalda. Y es que la represión con fuego real es ya una constante en estas barriadas empobrecidas de Brasil.

Pero todavía hay más, pues en las zonas más cercanas a los puntos calientes del turismo, como el barrio de Maré, el Gobierno ha desplegado el Ejército. Todo vale en tal de intentar esconder las miserias de la población brasileña de cara al Mundial. Entran en las casas de las favelas buscando a supuestos delincuentes sin respetar siquiera los derechos que recoge la Constitución brasileña. La limpieza étnico-social parece no tener freno. En las áreas donde entran el ejército o las UPP, la policía pasa a controlar la vida cotidiana de los vecinos. Si se rebelan contra esta represión, pueden acabar detenidos o, en el peor de los casos, con un tiro en la espalda. Solo en 2012, según el Anuario brasilero de Seguridad Pública, murieron cerca de 2000 personas en confrontaciones con la Policía.

¿Matanza de niños?

Hace unos días, las redes sociales convirtieron en viral el texto y unas dramáticas imágenes compartidas por el periodista danés Mikkel Keldorf donde denunciaba que el gobierno brasileño asesinaba a niños de la calle en la ciudad de Fortaleza –una de las más peligrosas de Brasil- para limpiar el país de cara al Mundial.

Keldorf asegura que volvió a Europa consternado y que no se atrevió a denunciar nada hasta que se sintió seguro en Dinamarca. El gobernador de Fortaleza le tildó de “criminal” y de “actuar con mala intención”, pero no le desmintió y algunas ONG le recriminaron que no se hubiera quedado más tiempo para recabar más pruebas y ayudar a esos niños. Sin embargo, el periodista danés reitera que lo que cuenta es verdad y hace unos días publicó en Youtube el documental “El precio de la Copa del Mundo”, donde aparecen testimonios que apoyan su versión y aunque no existen listas oficiales de asesinatos, asegura que solo en 2013 han muerto 121 niños de la calle en Fortaleza. Según sus investigaciones, las muertes habrían sido ejecutadas a cargo de “escuadrones de la muerte” contratados por empresarios encargados de la organización del Mundial y por concejales y políticos de administraciones locales de la ciudad.

En definitiva, el Mundial de Brasil ha despertado la violencia en un país polarizado, donde el evento deportivo ya no se espera con la ilusión que levantó hace años. La población denuncia que el imponente gasto de dinero público que ha supuesto el Mundial debería haberse invertido en mejorar las condiciones de vida de una población que todavía sigue empobrecida y hambrienta. El país del fútbol, por primera vez en su historia, pide más pan y menos balón. Quizá multimillonarios como Iniesta o Ronaldo no entiendan que la población se oponga al evento futbolístico más importante del momento, pero quizá todavía no se han enterado de que la pelota no se puede comer.

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