Repensando desarrollo y bienestar, o del tener al ser

Desarrollo y bienestar son dos elementos fundamentales al hablar de progreso y cambio social. Podríamos decir que el desarrollo es el proceso, el camino a seguir, y el bienestar el objetivo. Pero ¿cuál es el desarrollo que necesitamos y a qué tipo de bienestar aspiramos? Nos venimos equivocando de medio a medio en las respuestas a esta pregunta. Para construir un mundo mejor debemos repensar estos dos conceptos y su imaginario.

En las sociedades occidentales (y en las occidentalizadas) venimos identificando el término «desarrollo» con el crecimiento económico. A veces lo adornamos con etiquetas como «sostenible», pero cuando hablamos de «desarrollo» lo primero que nos viene a la cabeza es la creación de riqueza material. Hemos medido el «desarrollo» de los países en términos de producto interior bruto y renta per cápita. La acumulación de dinero (y su consiguiente despilfarro) se han convertido en símbolos de «desarrollo». Nos hemos centrado en trabajar más (para producir más) y ganar más dinero (para consumir más), y a eso le hemos llamado «desarrollo».

Cuando los sueldos se estancaron en los países industrializados, a mediados de los 70 del siglo pasado, para que el consumo de bienes siguiera creciendo se generalizó el crédito. De modo que trabajando más horas y con el mismo sueldo, podíamos seguir comprando bienes a crédito. La posibilidad de endeudarnos durante años fue también un logro del «desarrollo». Pero la prueba de que no progresamos es que las generaciones actuales no tienen, en general, mejores perspectivas que las de sus padres. En los países occidentales, las tasas de felicidad en los años 60 y 70 del siglo pasado eran bastante más altas que las actuales. La filósofa y escritora Vandana Shiva sostiene, con acierto, que haríamos mejor en hablar de «maldesarrollo».

Sin embargo, el desarrollo no puede ser esencialmente económico y tecnológico. Por supuesto, el crecimiento económico es necesario en muchas zonas del planeta para luchar contra la pobreza. Pero los seres humanos necesitamos mucho más que riqueza material para «desarrollarnos». El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) define hoy el desarrollo humano como «el proceso de expansión de las capacidades de las personas que amplían sus opciones y oportunidades».

Y aquí es donde introducimos el concepto de bienestar, el objetivo que persigue el desarrollo. También durante mucho tiempo hemos identificado bienestar con confort físico y material. Sin embargo, los seres humanos necesitamos bastante más que comida, salud, vivienda, trabajo, smartphones y televisores de plasma. Necesitamos más que pan y circo. Precisamos de lo que Aristóteles llamó los «bienes del alma». Necesitamos igualdad de oportunidades y de género para disponer de opciones y ser dueños de nuestro destino. Necesitamos paz, estabilidad, libertad y reglas de juego claras. Porque, como defiende la filósofa Martha Nussbaum, para alcanzar el verdadero bienestar debemos poder desarrollar nuestras capacidades.

Pasemos del mero crecimiento económico al desarrollo humano y social. Persigamos el verdadero bienestar: calidad de vida en lugar de nivel de vida. Crezcamos en tiempo libre. Busquemos otras formas de plenitud. Dediquemos tiempo a las cosas verdaderamente importantes, a los «bienes del alma»: a desarrollar nuestras capacidades, crecer como ciudadanos responsables, educar a nuestros hijos, cuidar a nuestros mayores, cultivar la amistad y relaciones sociales, participar con la comunidad, ayudar a los demás. Un desarrollo que más que cuantitativo (que es lo que prodiga el crecimiento económico) sea cualitativo. Que englobe la dimensión económica del progreso, y no al revés. Que nos conecte con la naturaleza en lugar de destruirla. Que sea inclusivo, persiga el bien común y alcance al mayor número de gente posible, que no beneficie solo a unos pocos. Que sea más amable, colaborativo y menos competitivo. Un desarrollo con valores, que no consista en arrollar a los demás.

Hagamos que el afán de poseer y consumir bienes materiales dé paso al interés por bienes intangibles como la solidaridad, el conocimiento, la salud emocional o la convivencia pacífica. Entendamos que el bien-estar no es el mucho-tener. Y es que, como señala la Carta de la Tierra en su, preámbulo «una vez satisfechas las necesidades básicas, el desarrollo humano se refiere primordialmente a ser más, no a tener más». En definitiva, transitemos de lo material a lo espiritual, del tener al ser. Hagamos bueno el proverbio hindú que dice que «un hombre solo posee aquello que no puede perder en un naufragio».

Dicen los economistas que los humanos medimos lo que nos importa. Pues bien, dejemos de medir solo el desarrollo económico en términos de producto interior bruto (PIB) o renta per cápita y tengamos en cuenta otros indicadores de verdadero progreso y bienestar. Utilicemos índices como la felicidad interna bruta (FIB), introducido por Bután ya en 1972, el índice de desarrollo humano (IDH) de Naciones Unidas o el Happy Planet Index (HPI), en vigor desde 2006.

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