Vivir bien con menos es posible: el reto de la suficiencia

Parece claro que si los seres humanos queremos preservar la Tierra tendremos que aprender a vivir dentro de sus límites. No debemos causar más impactos de los que soporta la biosfera. Aunque todos los seres humanos tenemos que aceptar restricciones prudentes, el requerimiento de austeridad se dirige principalmente a los países industriales y a las sociedades consumistas. ¿Estamos preparados para afrontar el desafío?

Hace 2.000 años, el filósofo cordobés Lucio Annio Séneca afirmó con rotundidad que no es pobre quien menos tiene, sino quien más desea. En aquellos años, el Imperio Romano, sumido en la avaricia crecía sin descanso en busca de conquistar todo territorio posible. Como bien nos cuenta la Historia, ese poder acabó por sucumbir y desaparecer. No hace mucho tiempo, pronunció la misma frase el ex presidente de Uruguay, Pepe Mújica. “No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”. A lo que añadió, emulando a Séneca: “Pobre es el que necesita infinitamente mucho y desea más y más”. ¿Vivimos pues para ser felices o para desear compulsivamente? ¿Es posible la vida buena reduciendo al mismo tiempo el consumo de bienes y servicios y nuestra utilización de energía y materiales? ¿Puede ser compatible, como decía Mújica, aspirar por ‘el menos’ en una sociedad que se afana por premiar la mayor producción, el mayor consumo y cuánto más deprisa y más lejos llegue mejor?

Hablar de suficiencia y sostenibilidad sigue estando mal visto en nuestros días, pero quizá se esté empezando a interiorizar en cada vez más personas como el objetivo que hemos de perseguir como sociedad. Porque no podemos seguir viviendo como si fuéramos la última generación que va a vivir en la faz de la Tierra. Porque no podemos seguir haciendo lo contrario de lo que decimos, asumiendo de forma rimbombante compromisos que luego se convierten en papel mojado como el Protocolo de Kioto. Porque, como bien afirma el ensayista y filósofo Jorge Riechmann, no podemos seguir llamando “desarrollo sostenible” a algo que ni es desarrollo, sino mero crecimiento de magnitudes monetarias, ni desde luego es sostenible”. Pero, ¿cómo alcanzar esa sostenibilidad real?

El académico Manfred Linz diferencia entre ecoeficiencia, coherencia y suficiencia como los tres caminos para alcanzar la sostenibilidad. El primer concepto se refiere al mejor aprovechamiento de la energía, es decir, a alcanzar mayor productividad para reducir el impacto ambiental. Sin embargo, no lo estamos consiguiendo, pues el único objetivo que existe detrás del concepto de productividad capitalista es el de producir más en menos tiempo. Y eso, lamentablemente, solo produce más impacto y degradación ambiental.

Por tanto, para conseguir la ecoeficiencia deberíamos ser capaces de proporcionar bienes y servicios a un precio competitivo, satisfaciendo las necesidades humanas y la calidad de vida, al tiempo que se reduce progresivamente le impacto ambiental y la intensidad de la utilización de recursos a lo largo del ciclo de vida, hasta un nivel compatible con la capacidad estimada que puede soportar el planeta. En resumen, se entiende por ecoeficiencia el camino que hemos de seguir para mejorar la productividad de los recursos naturales. El gran problema de este concepto es que toda suerte de ahorro conduce a su vez hacia un sobreconsumo.

Para conseguir este objetivo de ecoeficiencia, hemos de adoptar, por tanto, la estrategia de la coherencia que defiende Riechmann. Una coherencia que también debe alcanzar al sector tecnológico, sin duda el más contaminante. Por ende, hemos de avanzar hacia un modelo energético de base renovable. Aun así, ni siquiera con esta forma de producción ecológicamente compatible podremos seguir manteniendo los actuales niveles de consumo y servicios en los países ricos. Además de que no puede haber, ni en la economía ni en la vida de las personas, ninguna intervención en la naturaleza completamente libre de impactos. Esto, nos lleva, irremediablemente, al tercer factor: la suficiencia.

Hablar de suficiencia o de decrecimiento tiene muy mala fama en la sociedad capitalista. Reducir el consumo de bienes y servicios se plantea hoy como un fracaso, como una pérdida de liderazgo o de estatus social. La sociedad nos impulsa a consumir cada vez más, sin descanso, por eso asumir que hemos de poner freno y bajar el ritmo se presupone difícil. Pero esta lucha debe empezar en cada uno mismo, para poder después trascender al colectivo. ¿Cómo podría beneficiarnos tener una vida más austera?

Parece claro que si las personas queremos preservar la Tierra tendremos que aprender a vivir dentro de sus límites. No debemos causar más impactos de los que soporta la biosfera. Aunque todos los seres humanos tendrán que aceptar restricciones prudentes, el requerimiento de austeridad se dirige principalmente a los países industriales y a las sociedades consumistas.

Desde la Antigüedad y hasta hoy, la suficiencia ha sido concebida como la pregunta por la justa medida, por aquello que sienta bien y hace bien a los seres humanos. Conjeturamos que sobre la entrada del templo de Apolo en Delfos estaba escrita aquella máxima que se halla en la base de cualquier reflexión sobre suficiencia: Mêden agan (“De nada en demasía”). A nosotros nos atañe, sobre todo, la conexión de esta sabiduría antigua con la ecología.

En una sociedad que camine hacia la suficiencia, escribe Linz, podrá “crecer todo aquello que fomente la sostenibilidad y la calidad de vida”, pero a la vez, “tendrá que menguar lo que favorezca el sobreconsumo de recursos: productos de corta vida, bienes posicionales destinados a resaltar el estatus social de sus poseedores y todo lo que fomente el despilfarro de materiales y energía”. En esa sociedad a la que aspiramos, los sectores relacionados con las energías renovables, la reutilización y el reciclaje, los servicios de alquiler o los consumos colectivos deberán crecer. En esta futura sociedad, la ecoeficiencia, las políticas de gestión de la demanda, la durabilidad y la reparabilidad deberán ser las grandes protagonistas.

Pero para ello, hemos de tener gran autocontrol, pues debemos pasar de simples consumidores a ciudadanos responsables a todos los niveles. Este camino debe imponernos otros ritmos, otros tiempos más pausados, que huyan de la aceleración y de la inmediatez que persigue esta sociedad consumista. La vida buena tendrá que ser lenta y trabajada artesanalmente. Porque, como bien concluye Riechmann, “la democracia requiere tiempo y trabajo; el desarrollo de las capacidades hasta la excelencia requiere tiempo y trabajo; educar a un niño o a una niña requiere tiempo y trabajo. Casi todo lo realmente valioso en este mundo requiere tiempo y trabajo. En cambio, la infantilizada mentalidad del consumidor busca satisfacción inmediata al coste que sea. Y uno de esos costes es la destrucción de la biosfera”.

Pero eso no es todo. Pues, si bien mejorar nuestra calidad de vida requerirá tiempo y trabajo, también deberá practicar las “virtudes del no hacer”. Y es que, esta nueva sociedad que debemos perseguir, requerirá no solamente hacer, sino también no hacer y dejar de hacer. ¿Estamos preparados para conseguirlo?

 

 

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