El personaje legendario Robin Hood robaba riquezas a los nobles para repartirlas de un modo equitativo entre los pobres. Puede que hoy, Hood se hubiese dedicado a recaudar una pequeña cantidad de cada una de las grandes operaciones económicas con las que se enriquecen algunos empresarios para destinarla al bien común. Con matices pero en esta misma línea surgió en los años 70 del siglo XX el concepto Tasa Tobin, que en seguida fue rebautizada por algunos como la Tasa Robin Hood.
El norteamericano James Tobin, Premio Nobel de Economía en 1981, había planteado en 1972 la idea de crear una especie de impuesto que tendrían que pagar quienes se dedicasen a especular con la compraventa internacional de moneda (divisas). Por poner un sencillo ejemplo, la cantidad de dólares americanos que una persona puede obtener a cambio de un euro varía constantemente. Si hoy se pudieran comprar dos dólares con un solo euro y mañana esta situación variara, un especulador de divisas podría aprovecharse del cambio para obtener una cantidad superior a la de partida.
Sin embargo, aunque Tobin lanzó su propuesta ciñéndose al mencionado mercado de divisas, en la actualidad se ha hecho extensiva a todo tipo de grandes transacciones globales. Por eso, en 2001 el propio Tobin quiso aclarar el verdadero significado de su tasa, dejando claro que se refería a aplicar un pequeño impuesto en cada cambio de una moneda a otra para disuadir a los especuladores.
¿Por qué la Tasa Tobin genera recelos?
El pasado 23 de febrero, el comisario europeo de Presupuestos, el polaco Janusz Lewandoswki, estimó que podrían recaudarse 57.000 millones de euros con la introducción de la Tasa Tobin en Europa. Pero hizo un apunte: no se impondrá a ningún Estado miembro sino que serán los parlamentos nacionales los que deberán pronunciarse al respecto.
He aquí uno de los recelos generados por la Tasa Tobin, que con el paso del tiempo se ha llegado a ver como impuesto esencialmente solidario. ¿Sería efectiva de no aplicarse en las mismas condiciones en todos los países del mundo? Ésta no es la única pregunta. Surgen muchas más dudas en torno a una tasa que, sin embargo, cuenta con partidarios de todo signo y condición: desde ONG a políticos ideológicamente opuestos.
A finales de 1998 surgió en Francia la Asociación por una Tasa a las Transacciones Financieras (ATTAC), a iniciativa de la revista de política internacional Le Monde Diplomatique. Se trata de una red muy activa que engloba a más de 40 países.
Según un informe de la Fundación Ideas, sólo en España se podrían recaudar cada año 6.300 millones de euros con la introducción de una tasa de tan sólo el 0,05%. La cifra para todo el planeta es descomunal: más de 1,3 billones. Pero, ¿quién fijaría esa tasa?, ¿a cuánto ascendería?, ¿sería para todos igual? Y, cuestión crucial, ¿quién la recaudaría?
Un debate que no cesa
“Mire usted, yo soy economista y, como la mayoría de los economistas, partidario del libre comercio. Además, estoy a favor del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, de la Organización Mundial de Comercio. Abusan de mi nombre”. Estas palabras fueron pronunciadas por el propio James Tobin en una entrevista publicada por Der Spiegel el 3 de septiembre de 2001. Es decir, él apostaba por las mencionadas instituciones como custodias del dinero recaudado.
Como es de imaginar, del otro lado se sitúan todas aquellas compañías inversoras que tendrían que pagar la tasa por sus movimientos de especulación. Ellos serían hoy los nobles asaltados por un Robin Hood en forma de tasa. El debate no cesa y son muchas las voces que advierten de las dificultades e incongruencias que le son intrínsecas a esta medida.