El exceso, protagonista en las últimas décadas, ha originado buena parte de los problemas que nos aquejan. Por la cuenta que nos trae, llegó la hora de buscar el equilibrio y reencontrar el término medio en la actividad humana.
Desde mediados del siglo pasado, la cultura del exceso ha marcado el devenir de nuestra sociedad. Exceso de consumo, de gasto (energético y de todo tipo), de endeudamiento, de producción (de bienes y servicios), de ingeniería financiera, de utilización de recursos naturales… siempre en pos del “desarrollo” y el “crecimiento económico”. Por fin hemos visto que las burbujas explotan y las crisis (económicas, ecológicas, financieras, humanitarias, políticas, de valores, etc.) surgen por doquier y de forma sistémica. Es evidente que no podemos seguir así pero, ¿cómo poner freno a los desmanes de las últimas décadas?
Suficiencia o el arte de buscar la “justa medida”
Ya desde la antigüedad la humanidad busca el equilibrio y la justa medida de las cosas. Para Aristóteles la virtud consiste en encontrar el “término medio” entre los extremos. Y sobre la entrada del templo de Apolo en Delfos, hallamos la inscripción “Mêden agan” (de nada en demasía). En la actualidad, esta necesidad de prudencia y moderación se traduce en el concepto de suficiencia, que es sobre todo una actitud vital. Se trata, en definitiva, de sentirse satisfecho, de aprender a tener bastante, de no querer siempre más, de evitar el exceso.
El efecto más visible de nuestros desmanes es probablemente el deterioro del medio. Hemos contaminado, talado bosques, utilizado recursos y extinguido especies hasta la saciedad. Y en este contexto, la suficiencia (ecosuficiencia, si se quiere), consiste en aprender a vivir dentro de los límites de nuestro planeta. Empezando, claro está, por las naciones industriales, que con una cuarta parte de la población mundial consumen casi tres cuartas partes de las materias primas. Pero también el exceso tiene consecuencias en nuestra vida personal, y así lo han demostrado las investigaciones sobre la suficiencia desarrolladas por el Instituto Wuppertal. Una de las conclusiones del estudio, en palabras de su director, Manfred Linz, es que si el bienestar puede describirse como “un compuesto de tres elementos: riqueza en bienes, riqueza en tiempo y riqueza relacional”, resulta que “el aspirar cada vez a más bienes, a cada vez más cantidades de todo lo que me pueda permitir, suele ir en detrimento del tiempo libre y de las relaciones humanas”. Por ello, “la suficiencia permite un mejor equilibrio del bienestar” o, dicho de otro modo, una vida más plena y satisfactoria.
La clave está en la austeridad voluntaria
Ahora bien, el principio de suficiencia requiere de austeridad. Lo que, en suma, significa que debemos producir y consumir menos. Y ya sabemos que los seres humanos llevamos mal eso de la privación individual, aunque sea en aras de un beneficio colectivo. De forma que la cuestión radica en cómo hacer que la moderación cale entre la población mundial, pues ya sabemos que un cambio de hábitos solo se produce si cuenta con un amplio respaldo popular.
De lo anterior resulta que la austeridad ha de ser voluntaria, lo cual no impide que la sociedad se autoimponga esa austeridad de forma democrática. Sucedería algo parecido con las normas de tráfico, que aceptamos todos para evitar el caos circulatorio. Joaquim Sempere, en el libro «Vivir (bien) con menos», señala que se trataría de una “voluntad colectiva que emerge de la sociedad misma a través de mecanismos de decisión que se asumen como vinculantes para los miembros de la sociedad”. La siguiente pregunta es ¿en qué se traduciría esta austeridad autoimpuesta? Pues, por ejemplo, en una regulación que fomente la ecoeficiencia (hacer lo mismo con menos recursos y menos deterioro ambiental) y combata fenómenos como la obsolescencia programada. Que incentive el transporte colectivo y establezca políticas de demanda (es decir, que influyan en la demanda de recursos como el agua, estimulando su ahorro).
Por supuesto, la suficiencia y la austeridad tienen detractores, que ven en ellas una amenaza para el crecimiento económico y el empleo, y auguran una “vuelta a las cavernas”. Ante estas voces críticas, hay que recordar que el crecimiento ilimitado y sin control es precisamente el causante de muchos de nuestros males; que un nuevo modelo de producción y consumo creará nuevos sectores económicos lo que, junto con un reparto eficiente del trabajo, fomentará la creación de empleo; que la suficiencia y la austeridad no son incompatibles con la ciencia o el progreso, siempre que la técnica avance con prudencia, no dañe nuestro entorno y nos ayude en la búsqueda de un bienestar genuino y equilibrado.