Regreso al futuro… con permiso del presente

La política debe ocuparse principalmente del futuro y liberarse de la dictadura del presente, la búsqueda de soluciones transitorias y la improvisación.

En nuestros días la actuación política se limita a reaccionar frente a las urgencias del presente, a parchear de forma improvisada, a reparar –cuando no a sortear- los baches que van surgiendo en el camino. Las diversas crisis (económicas, políticas, financieras, ecológicas o energéticas) marcan la agenda política de los estados y la escasa planificación persigue más la prevención (de futuras crisis) que una genuina reflexión sobre el futuro. Este modo de hacer política no es sino el reflejo de la adicción de nuestra sociedad al corto plazo, la inmediatez y la aceleración que todo lo preside. Sin olvidarnos del egoísmo reinante, que nos impide pensar en las generaciones futuras.

Sin embargo, la política no puede verse reducida a una mera gestión del presente, pues su función primordial radica precisamente en procurar un futuro mejor para la sociedad a la que sirve. Así lo explica Daniel Innerarity en su libro “El futuro y sus enemigos” (Paidós, 2009): “lo que necesitamos es una política que haga del futuro su tarea fundamental, empeñada en impedir que la acción se convierta en reacción insignificante”. Veamos algunas razones para exigirles a nuestros políticos que levanten la cabeza y piensen en el largo plazo.

Para empezar, lo que hacemos (o dejamos de hacer) en el presente condiciona la vida de las generaciones futuras, que también tienen derechos. ¿Es de recibo que dejemos a nuestros herederos un entorno degradado, un sistema de pensiones insostenible, un planeta superpoblado o una deuda galopante? Debemos ser responsables y actuar teniendo en cuenta a las generaciones venideras, que estarán afectadas por lo que hagamos pero que no tienen voz ni voto. Es de justicia. Para ser exactos, de justicia intergeneracional.

En segundo término, porque hay cuestiones que sólo pueden afrontarse con visión a largo plazo. Pensemos en el medio ambiente, los movimientos migratorios, la estabilidad política en algunas zonas del globo o la lucha contra la pobreza. Son retos complejos e interrelacionados que requieren planificación, que nos exigen mirar más lejos. La estrategia para abordarlos no cabe en una legislatura, ni siquiera en dos, precisamos de un marco temporal más amplio.

Por último, la velocidad a la que se suceden los cambios sociales en la actualidad nos obliga a pensar más en el futuro. Nos hallamos ante un provenir incierto, que nos produce inseguridad porque no controlamos. En otras épocas el futuro era previsible, o se nos antojaba en lo esencial muy semejante al presente. Pero hoy en día las predicciones ya no sirven. Ahora caen muros, nacen crisis, surgen revoluciones y aparecen inventos que nos cambian la vida (como Internet) a la velocidad del rayo. No sabemos qué va a pasar a pocos meses vista. Y precisamente por ello debemos esforzarnos en imaginar y construir un futuro más imprevisible que nunca. Toda una paradoja.

 

 

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