El país que otrora “olía a podrido” es hoy el más limpio y transparente del mundo. Sus ciudadanos son los que más impuestos pagan de Europa, pero a la vez los que disfrutan de mejores servicios sociales. Las grandes empresas tributan en proporción a la riqueza que generan y el gasto público se destina casi en exclusividad a mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Tan bien funciona que es difícil encontrar a un danés que recuerde el último caso de corrupción que afectó a su país. Pero ¿cómo lo han conseguido?
Dinamarca ya no huele a podrido. Parece que Hamlet es el punto de partida de un cambio de mentalidad que poco a poco se ha extendido a todos los países nórdicos. En 1601, año en que Shakespeare escribió tan emblemática tragedia, la codicia, la lucha por el poder y la ambición por los bienes materiales eran los valores del ser humano más difundidos en el mundo occidental. Hamlet, el príncipe sensible, intelectual e inocente no tenía cabida en un mundo atroz, voraz y feroz. Han pasado varios siglos, pero la venganza y la envidia son valores todavía hoy muy presentes en las sociedades mediterráneas. La corrupción nos asfixia y nos cabrea, pero gran parte de la ciudadanía daría lo que fuera por estar en el lugar del político mangante.
Por desgracia, como bien indica el jurista Gustavo Vidal, “el español medio mira con muy malos ojos el éxito ajeno si aquél se logra mediante el esfuerzo continuado y el mérito”. El ascenso profesional, limpio y honrado difícilmente se perdona, pues refleja al envidioso lo que no ha sido capaz de hacer. Por el contrario, acertadamente indica Vidal, “se admira al trepa, a quien se enriquece mediante el pelotazo y el chanchullo”. Se le considera un “tío listo”, probablemente porque estos envidiosos, presumidos y mediocres “se identifican con quienes medran a través de sinuosos atajos”. Aspiran a lo mismo. Son de los suyos. “Tan solo esperan el turno para incurrir en idénticas conductas”. Por tanto, ¿cómo van a condenarlos? “Quienes aún se extrañan ante el escaso rechazo social de la corrupción deberían reflexionar sobre esto último”, incide Gustavo Vidal.
Pero hoy, Dinamarca ya no huele a podrido, y eso que Hamlet sigue siendo una auténtica joya del pensamiento aplicable a ese espacio atemporal de historias y corruptelas que se repiten en la sociedad. Entonces ¿por qué ha cambiado tanto Dinamarca hasta convertirse en el país menos corrupto del mundo según el estudio de Transparencia Internacional? Actualmente es el país más limpio seguido de cerca por Finlandia y Nueva Zelanda y, según los observadores, ello obedece en primer término “a que la picaresca no forma parte de la idiosincrasia escandinava”.
¿Y qué es eso de la picaresca? Aclara Gustavo Vidal que eso de la corrupción no es más que “intentar lograr lo mismo que el de enfrente, pero eludiendo el esfuerzo de este”. Aquel famoso Guzmán de Alfarache o el recordado Lazarillo de Tormes son dos ejemplos de aquel género tan español de la novela picaresca que constituye la versión contraria al idealismo de los caballeros, al tiempo que aguzan su ingenio para sustituir el trabajo por el engaño. Es, sin duda, la tradición menos presentable de un país, el nuestro, que se resistía a la modernidad cuando esta ya dominaba en el resto de Europa.
Victoria Camps, catedrática de Filosofía, está convencida de que la picaresca de la sociedad española ha propiciado la corrupción política “como un reflejo del mundo de corruptelas en el que vivimos”. Porque no se puede culpar exclusivamente a los políticos cuando es la propia ciudadanía quien cada día se plantea si paga con o sin IVA, si asegura o no a la empleada doméstica o si cumple o no todas las normas. “Primero tenemos que ser más exigentes con nosotros mismos y luego con los demás”, reflexiona Camps.
Porque como bien recuerda esta catedrática, los ciudadanos se merecen un buen tirón de orejas ya que siempre “son conscientes de sus derechos fundamentales, pero no de sus obligaciones públicas y de que tienen que cumplir con sus deberes”. El ciudadano no puede pretender solo la búsqueda de un interés privado y personal, “sino el de la colectividad; tiene que contribuir a que el estado social prospere con actitudes tan simples como no ensuciar las calles, aparcar en el lugar adecuado, cumplir las normas o pagar sus impuestos”, recalca Camps.
¿Qué ocurre en Dinamarca?
El informe de Transparencia Internacional matiza que los daneses tienen total predisposición a pagar sus impuestos en todos los órdenes “aunque estén en contra de algunos”, añaden. De hecho, en Dinamarca el 85% de la población paga sus impuestos voluntariamente y la vida de sus gobernantes suele ser de “alta eficiencia” en materia de administración.
Los daneses se precian de tener “tolerancia cero” con cualquier actitud impropia de un cargo público y enfatizan la inversión que llega a través de sus impuestos en sus propios ciudadanos “a través de una educación gratuita y verdaderamente igualitaria”, donde la calidad de la enseñanza es generalizada y no depende del centro donde se estudie. Y esta honradez de la ciudadanía se ve claramente reflejada en la clase política del país. Hace unos meses, Jordi Évole fue con su programa Salvados a Dinamarca y preguntó por la calle a diferentes personas si recordaban el último caso de corrupción que había salpicado a su país. La respuesta fue unánime: Nadie recordaba un caso así.
De hecho, una encuesta recogida en el informe de Transparencia Internacional corrobora este dato de Salvados y solo las personas más mayores recuerdan alguna trama corrupta, casi todas en pequeños ayuntamientos y acaecidas en el siglo pasado. El caso más llamativo de los últimos meses fue el del diputado Kim Christiansen, del partido Dansk Folkeparti, que se había beneficiado de una agencia estatal de transportes con entradas para un concierto que había colgado el cartel de no hay billetes.
Y es que el Parlamento danés ha establecido un marco legal especialmente estricto para evitar todo tipo de irregularidades y obliga asimismo a toda empresa establecida en el país a divulgar sus datos fiscales así como a pagar elevados impuestos para ayudar al financiamiento del estado de bienestar del que goza el país.
Por último, cabe destacar que Dinamarca, que solo tiene un 5% de paro, es el país europeo que más dinero recauda en impuestos en relación a su PIB. Según los datos recogidos por Eurostat referentes a 2012, el último año del que se tiene información, el país ingresó un 48,1% de su economía en tasas fiscales. Le siguen Bélgica y Francia con un 45,4% y un 45%, respectivamente. España, con unos ingresos por impuestos del 32,5% en relación al PIB, está en el puesto 20 y muy por debajo de la media de la Unión Europea que se coloca en el 40%. Y no es porque los autónomos, pymes o trabajadores paguen poco, sino porque las grandes economías están prácticamente exentas de pagar impuestos cuando en países ejemplares como Dinamarca o Finlandia son las que más pagan en nombre de la justicia social y la redistribución de la riqueza.
En definitiva, la corrupción en España solo se arregla con educación y conciencia social. Los ciudadanos son quienes tienen que darse cuenta de que el problema empieza en ellos mismos. No hay duda de que la Justicia debe ser más dura con los políticos corruptos y debe ya no solo encerrarles, sino obligarles a devolver hasta el último céntimo robado. Pero debe actuar igual con las grandes empresas, con las pymes y con los ciudadanos de a pie. Nuestro país necesita modificar su sistema tributario para que quien más tenga pague más, pero también debe perseguir a quienes evadan impuestos a pequeña escala, trabajen sin estar dados de alta en la seguridad social o escondan datos en su declaración de la renta. Y eso no se arregla poniendo a un inspector de hacienda detrás de cada ciudadano, sino con educación. Ese es el pilar básico que España debe apuntalar para mejorar sus niveles de corrupción. Tenemos que educarnos en la defensa de valores como la solidaridad, el apoyo mutuo y el bien común. Mientras sigamos pensando de manera individualista y egoísta, nuestro país seguirá liderando el ránking de caraduras, mangantes y corruptos.