Sucede a diario. Basta con visitar el supermercado para que cientos de productos con una apariencia muy saludable nos salgan al encuentro. Están por todos los estantes, suelen vestir de color verde y prometen una vida mucho más placentera. Sin embargo, un simple vistazo a la “letra pequeña” de su envoltorio bastará para no caer en la trampa.
Cualquiera puede hacer la prueba. Es tan sencillo como convertirse en un consumidor crítico, de esos que no compran únicamente a golpe de impulsos. El quid de la cuestión reside principalmente en estar bien informado.
Un ejemplo clarísimo: las distintas modalidades de salvado (cáscara del grano de los cereales desmenuzada por la molienda) que han alcanzado una enorme popularidad gracias al nutricionista francés Pierre Dukan. Hoy –antes era impensable-, en un mismo establecimiento se pueden encontrar salvado de avena, salvado de trigo o salvado de arroz, entre otros. Productos que se venden como churros sin que sus seguidores se cuestionen si son o no beneficiosos. Pues bien, el Ministerio de Sanidad refrendó en abril un documento firmado por el Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas. En dicho informe se criticaba duramente a la dieta Dukan.
“Natural” en lugar de “bio”
Pero sigamos con nuestra visita al supermercado, que da mucho más de sí. En otra estantería aparece radiante un bote de gran tamaño de lecitina de soja. La marca comercializadora juega con el uso de la palabra “natural” en su nombre. Lo hacen muchas. Parece la tónica general desde que una sentencia del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas reservara la exclusividad del término “bio” al etiquetado de productos obtenidos por medios ecológicos. Se pretendía acabar así con los denominados “falsos bio”, y hubo casos tan conocidos como el de Biofrutas de la empresa Pascual, que pasó a llamarse Funciona y que hoy se vende como Bifrutas.
Hablábamos de la lecitina de soja que, según sus partidarios, tiene entre otras muchas virtudes la de reducir el colesterol. El recipiente tiene buena pinta: un bote sencillo, decorado con tonalidades verdes y amarillas y con unas bonitas fotos de la soja (lo de las imágenes de exuberantes frutas y hortalizas en este tipo de productos es otra constante). Lo giramos para ver su composición y, ¡qué casualidad!, leemos que entre sus ingredientes aparece la “soja modificada genéticamente”. Nada parecía indicarlo a primera vista. Si a ello le sumamos que existen serias dudas acerca de las bondades de la lecitina de soja, la cosa parece evidente.
Coletillas como “igual que el de casa”, “al estilo tradicional” o “ayuda a eliminar la grasa” muestran las dos vertientes más comunes. Estos productos se autoproclaman saludables tanto por su contenido “natural” como por su efecto “saludable” en el organismo del consumidor.
Aprovecharse del ‘boom’
Y no existen límites. La alimentación es tan sólo uno de los frentes cubiertos por estos productos falsamente saludables. Uno de los casos que más ha acaparado la atención de los medios en los últimos meses ha sido el del champú de caballo. Este champú se envasa en frascos o botes bastante asépticos, casi siempre con los rótulos de color verde y su contenido no está perfumado ni teñido con ningún colorante. Parece tremendamente ecológico y en algunos establecimientos incluso lo anuncian: “Champú de caballo: fortalece, da brillo y protege”. Los profesionales médicos consultados aseguran que nada de esto ha sido demostrado.
Como conclusión diremos que el hecho probado de que los productos ecológicos son cada vez mejor acogidos en el mercado trae de la mano una oleada de oportunismo. Muchos se quieren subir al carro sin afrontar los esfuerzos que conlleva una producción ecológica. Así que, para evitar riesgos, parece que la mejor arma es la información.