La violación como arma de guerra

Tras siglos de silencio, abandono y desprecio, la Guerra de los Balcanes y el genocidio de Ruanda sirvieron para visibilizar la violencia sexual contra las mujeres durante los conflictos bélicos. Desde entonces, han salido a la luz millones de casos de mujeres que han sido violentadas por el mero hecho de serlo, convirtiendo sus cuerpos ultrajados en trofeos de guerra para ejércitos enemigos, pero también para civiles sin escrúpulos. Este crimen atroz ha dejado de ser invisible, pero todavía se está muy lejos de poder erradicarlo.

Más de 50.000 mujeres fueron violadas en la Guerra de los Balcanes. Entre 250.000 y 500.000 mujeres fueron violadas durante los años del genocidio de Ruanda. Al menos 1,4 millones de mujeres fueron violadas en Alemania durante la II Guerra Mundial. Detrás de la frialdad de las cifras estadísticas existen historias de terror, miedo, dominación y patriarcado que no pueden permanecer en el olvido. “Todas estas mujeres fueron violadas por el mero hecho de ser mujeres y encontrarse en una zona de conflicto”. La que pronuncia tal afirmación es la activista y feminista croata Rada Boric. Desde hace años lidera una campaña en su país para reconocer las múltiples violaciones a las que fueron sometidas las mujeres de la antigua Yugoslavia, especialmente musulmanas, durante la guerra que asoló esta zona geográfica entre 1991 y 1999.

Para Boric, que el 28 de octubre ofreció una conferencia en La Casa Encendida de Madrid, “la violación está legitimada en tiempos de guerra y los hombres no se sienten culpables de estas salvajes acciones”. Denuncia que la primera vez que se habló de este tema fue en la guerra de los Balcanes. Hasta ese momento, las violaciones masivas ejecutadas tanto por soldados como por civiles habían sido silenciadas. Se habían ignorado. “Las violaciones se consideraban un daño colateral más, como el bombardeo de una zona civil, es decir, como un daño no intencionado”, añade.

El patriarcado como arma

Como bien recuerda María Villellas, investigadora en la Escola de Cultura de Pau de la Universitat Autònoma de Barcelona, la violencia sexual en el marco de las guerras no es un fenómeno contemporáneo que diera comienzo o creciera exponencialmente a partir de los conflictos del siglo XX y principios del XXI. Así, desde la leyenda del rapto de las sabinas en los orígenes de la Roma antigua, hasta las violaciones masivas de mujeres alemanas por parte del Ejército soviético o el fenómeno de las ‘mujeres confort’, esclavas sexuales al servicio del Ejército japonés durante la Segunda Guerra Mundial, la historiografía está plagada de episodios de violencia sexual organizada en contextos bélicos.

“En Japón –añade Boric- los soldados tenían potestad para violar a las mujeres que consideraran por el hecho de estar defendiendo los intereses de su país durante la guerra”. De hecho, antes incluso de la Segunda Guerra Mundial, en pleno conflicto sino-japonés, se abrieron infinidad de burdeles por todo el continente asiático con el objetivo de elevar la moral de las tropas y evitar que la violencia sexual se produjera de manera descontrolada en los territorios ocupados por el ejército nipón, especialmente tras la experiencia de la masacre de Nanking en 1937, durante la cual decenas de miles de mujeres fueron violadas a manos de las tropas.

Como bien comenta Villellas en este magnífico artículo, la violencia sexual es una de las manifestaciones más evidentes del papel que juega el patriarcado en los conflictos armados. “Patriarcado y militarización van estrechamente de la mano, ya que a lo largo de la historia la violencia sexual contra las mujeres ha formado parte del repertorio de acciones y de comportamientos en el que se socializa a los soldados para llevar a cabo la guerra –aunque no todos los soldados cometan estos actos delictivos-”, añade.

Igualmente, en muchas culturas, las mujeres son consideradas las depositarias de los valores y de las tradiciones de una comunidad determinada. “Las mujeres son las encargadas de reproducir biológicamente la nación y de perpetuar sus valores”, razona Boric, “de ahí que atacándolas se busque no solo destruir o dañar a la mujer individual, sino también fulminar el sentido de pureza étnica de una comunidad. Al destruir el cuerpo de la mujer, destruyen también la nación”. Para Villellas, estas violaciones representan a su vez una forma de humillar simbólicamente al enemigo. “Al agredir a las mujeres, percibidas como posesiones masculinas, se transmite el mensaje de que los hombres, los soldados, no han sido capaz de proteger a ‘sus’ mujeres”.

Asimismo, explica Villellas, “la socialización tradicional en la cultura militar conlleva la creación de una ‘camaradería’ masculina que excluye otras identidades sexuales que no sean la masculina heterosexual”. Y en estos procesos de ‘hipermasculinidad’, donde se priman aspectos como la agresividad, la competitividad, la misoginia, la violencia o la dominación, surgen comportamientos machistas extremos que pueden llevar a la violación de las mujeres con el objetivo de “mantener la cohesión y la lealtad”, concreta. Ya no solo entre militares, sino también entre civiles, pues no hay que olvidar que estas situaciones de violencia extrema se generalizan de tal forma que tienen lugar también fuera del ámbito militar.

Consecuencias

Hasta la década de los 90’ del siglo pasado no hubo ningún tipo de consecuencia para los culpables. Pero todo comenzó a cambiar cuando las mujeres visibilizaron su situación en la guerra de la ex Yugoslavia. “Croacia violada”, recuerda Boric que rezaban algunos titulares. Pero hubo que esperar hasta 1998, año en que por fin la Corte Penal Internacional recogió la violencia sexual dentro de la categoría de crímenes contra la humanidad y crímenes de guerra, reconociendo incluso la posibilidad de que se diera crimen de genocidio, como ocurrió en Ruanda, pues el objetivo de las violaciones era acabar con toda la población tutsi.

Estas primeras acciones sirvieron para que del 8 al 12 de diciembre, Tokio acogiera un juicio simbólico contra el emperador Hirohito –fallecido en 1989- y otros oficiales políticos y militares japoneses de alto rango por crímenes contra la humanidad, al aprobar, permitir y no haber impedido la violación y la esclavitud sexual de las mujeres de los países del Asia-Pacífico sometidas por el ejército japonés antes y durante la Segunda Guerra Mundial”. Hirohito y el resto de oficiales fueron declarados culpables.

En los Balcanes ha habido que esperar un poco más. Aunque las Mujeres de Negro-Belgrado lleva varios años reivindicando el reconocimiento de las víctimas, hasta el 7 de mayo de este año no comenzó formalmente en Sarajevo, Bosnia, el Tribunal de Mujeres para crímenes de guerra contra las mujeres durante la guerra que tuvo lugar en los años 90, tal y como explica Rada Boric. Decenas de mujeres de todos los rincones de la ex-Yugoslavia se reúnen desde entonces para exigir justicia por los crímenes cometidos contra ellas durante las guerras, las desigualdades duraderas y el sufrimiento que los siguió. “Después de la guerra, los soldados consiguieron el estatus de veterano y recibieron pensiones, apoyo psicológico y diversos privilegios por haber defendido a su nación. Se les considera héroes”, manifiesta Boric. Sin embargo, las mujeres víctimas de las violaciones masivas seguían hasta no hace mucho abandonadas a su suerte, sufriendo en silencio esa intolerable humillación.

Actualmente, muchas de estas mujeres han sido reconocidas como víctimas de violencia sexual y reciben una pensión compensatoria. “No es suficiente, pero al menos han podido superar sus miedos al hablar abiertamente de lo que sufrieron. Se necesita una Justicia mucho más feminista”, añade Boric. Sin duda, esto es un gran logro, especialmente en un momento en que Europa está plagada con el auge de los nacionalismos, de las fuerzas de extrema derecha que dividen a los pueblos con líneas étnicas religiosas, y de movimientos que intentan homogeneizar naciones y excluir a las minorías y a la diversidad.

Por tanto, la lucha no ha terminado. No hay duda de que la violencia sexual contra las mujeres durante conflictos bélicos se visibiliza más que antes, pero no por ello se ha erradicado. Las últimas víctimas están en Siria. Y los criminales se multiplican. Pues no son ‘solo’ militares del Estado Islámico, sino que, por desgracia, en muchos campos de refugiados, las mujeres –especialmente si viajan solas- están sufriendo agresiones machistas por parte de civiles. Su tortura no acaba al abandonar la guerra. Su tortura continúa día a día fruto de una mentalidad machista y patriarcal.

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