¿Se puede crear una alternativa al euro que prime el consumo local y cercano? ¿Qué requisitos ha de cumplir un negocio para poder participar en una de estas redes de productores y consumidores? ¿Qué diferencias existen entre monedas locales y sociales? ¿Sabes que en Madrid ya puedes comprar pan o pizza con boniatos y canicas? Las monedas sociales han llegado para quedarse, pero no todas son iguales. Aquí te contamos algunas diferencias.
El titular de este artículo puede empezar a sembrar dudas. Pero, ¿no son lo mismo? La respuesta es rotunda: No. En teoría, las monedas sociales son “monedas” creadas y utilizadas por comunidades, colectivos y particulares con el fin de poder facilitar intercambios tanto de productos como de servicios o conocimientos. Un significado tan superficial puede pecar de vacío y permitir que otro tipo de monedas muy locales, pero poco sociales, nazcan bajo el lema de moneda social.
Me explico. Las monedas sociales son sistemas monetarios de vecindad basados en la confianza y la reciprocidad. Se diferencian del dinero de curso legal, ya que suelen perder valor con el paso del tiempo con el objetivo de que no se pueda acumular. Y aunque casi todas las monedas sociales o locales cumplen estos principios, existe una diferencia vital que las convierte prácticamente en antagónicas.
Las monedas locales se consideran monedas complementarias, es decir, pretenden complementar las deficiencias del dinero legal en cuanto a motor dinamizador del comercio local de proximidad, del autoempleo o de la optimización de los recursos locales. Pero no mira más allá. El único requisito para pertenecer a la asociación, club o red es la ‘localidad’ del negocio participante.
Por otro lado, las monedas sociales suelen ser monedas alternativas, es decir, pretenden crear un sistema diferente y alternativo al actual, utilizando la moneda social como una herramienta más para alcanzar el cambio buscado. Es cierto que hay monedas más sociales que otras, pero todas van un poco más allá que las monedas estrictamente locales, pues para poder participar de la red, los productores deben cumplir con una serie de normas más estrictas en materia de derechos laborales, sociales y medioambientales. En algunos casos, hay monedas sociales que no pueden llegar a negocios con trabajadores asalariados y mucho menos a la administración, aunque el campo de actuación de estas empresas o instituciones sea estrictamente local. En definitiva, aunque todas las monedas sociales son locales, no todas las monedas locales, son sociales.
El caso de la Bristol Pound
El pasado miércoles, Chris Sunderlanden, uno de los impulsores de la popular Bristol Pound, participó en un coloquio en la Casa Encendida de Madrid para explicar cómo funciona la moneda local más famosa de Inglaterra. La Bristol Pound, impulsada en 2012 desde una empresa de la economía social cuenta con el respaldo de más de 900 comercios locales de la ciudad y del propio ayuntamiento, que incluso permite que los impuestos municipales se paguen con esta moneda.
La Bristol Pound, que funciona tanto en papel impreso como en formato electrónico, tiene por objetivo principal materializar el efecto multiplicador del dinero: Con una bristol pound compro una barra de pan al panadero. El panadero, con esa misma bristol pound compra un kilo de tomates al verdulero que a su vez compra un litro de leche al lechero que al final me paga con esa bristol pound la clase de inglés que le doy por la tarde. Es decir, una sola moneda ha pagado pan, tomates, leche y una clase de inglés sin perder su valor, por lo que podría empezar el ciclo de nuevo. Con esta mini lección de economía pretendo dar a entender el funcionamiento de estas monedas locales, que priman el consumo cercano para que ese dinero no trascienda de sus fronteras regionales (o bioregionales).
¿Pero es suficiente? No cabe duda de que apostar por este tipo de proyectos impulsa la economía local y el pequeño comercio y que consigue mayor involucración de la sociedad en proyectos sostenibles. Pero no es nada transformador. Fui claro a la hora de preguntar a Sunderlanden: ¿La única condición para poder pertenecer a la red que funciona con bristol pounds es ser un comercio local? Esto es, ¿no se investiga si el comercio explota a sus trabajadores? ¿Ni cuánto les paga por el trabajo que realizan? ¿Se tiene en cuenta si los productos que vende el comercio local provienen de la otra punta del planeta? La respuesta de Sunderlanden fue también muy directa: “No me preocupo por la ética de los negocios que están en nuestra red. Para que la moneda sea sostenible se necesita que participen muchos negocios, por eso solo se pide que sea local. El mayor reto es que los consumidores se conciencien, que la gente convencional se anime a comprar con esta moneda”.
Como la Bristol Pound no me convenció, seguí investigando acerca de este tipo de proyectos. Y en Madrid encontré dos que podrían ejemplificar muy bien lo que persigue una moneda social, aunque ambos guardan sus propias particularidades.
En primer lugar, y también presente en esta charla de la Casa Encendida, se presentó El Boniato, moneda del Mercado Social de Madrid. Un boniato equivale a un euro y se puede pagar a las entidades adscritas al Mercado Social con las dos monedas, euros o boniatos. La gran diferencia del boniato con respecto a la bristol pound es que las entidades que usan la moneda tienen que apostar por la transformación social y no tener ánimo de lucro, sino buscar la sostenibilidad integral del proyecto, tanto económica, como medioambiental, humana y social. Asimismo, son entidades o empresas que persiguen la equidad en el empleo, la sostenibilidad medioambiental, el procomún, el arraigo al territorio, el trabajo en red, la transparencia o la democracia interna en la toma de decisiones. Como se puede apreciar, los requisitos para pertenecer al Mercado Social y, a la vez, hacer uso del boniato son mucho más exigentes que los de Bristol, que con ser comercio local era suficiente para participar en la red.
Aun así, un boniato equivale a un euro, un matiz que le diferencia de La Canica, la otra gran moneda social de Madrid, de ideología anarquista y nacida al abrigo de los movimientos sociales posteriores a 2011. La canica, promovida por la Red de Colectivos Autogestionados (RCA) no reconoce al euro como un sistema legítimo de intercambio, y su fin último es la abolición de la propia canica, ya que quieren alcanzar la propiedad colectiva de los medios de producción y los productos del trabajo. Es una moneda pensada especialmente tanto para pequeños productores locales como para gente interesada en el consumo alternativo y ecológico. Se trata de un sistema elaborado con el objetivo de ayudar a fortalecer redes de confianza y apoyo mutuo, elementos básicos de cualquier economía social y popular. Es una herramienta descentralizada y transparente gestionada de manera asamblearia por sus usuarios y usuarias. De hecho, el punto clave de esta comunidad de intercambio es que los proyectos que la integran sean explícitamente horizontales (no caben, pues, empresas con trabajadores asalariados ni instituciones o ayuntamientos) y seguir determinados criterios sociales, económicos, de género o de sostenibilidad ambiental.
En resumen, aun con sus similitudes, el boniato y la canica se diferencian principalmente en sus fines ideológicos. Mientras los primeros sí conciben al pequeño comercio o a las instituciones como posibles integrantes de su moneda siempre que cumplan con los principios acordados y acuden al euro para establecer la paridad 1:1; los segundos, las canicas, además de no reconocer esta paridad con el euro, se basan principalmente en la horizontalidad como herramienta principal de gestión y de participación. Aun con todo, cabe destacar la diferencia real que existe entre monedas sociales y locales. Pero al estudiar los casos de la bristol pound y las monedas sociales de Madrid, me queda una duda: ¿Tiene una moneda social que perder parte de sus principios sociales para poder crecer y generalizarse como moneda local en una comunidad más o menos amplia? ¿Es necesario que crezca tanto? ¿Qué pensáis?