La esclavitud del siglo XXI

Los negocios ilegales son los que mueven mayor cantidad de dinero en todo el mundo. La ciberdelincuencia, el narcotráfico o el tráfico de armas generan tanto dinero conjuntamente como el PIB de una potencia como Francia (cerca de 3 billones de dólares). Pero a esta terna criminal hay que sumar una cuarta que crece cada vez más y que ya está en los niveles de las tres anteriores: el tráfico de personas.

El mercado global ofrece un amplísimo ámbito de acción para los traficantes de seres humanos, un sucio negocio que pretende dar respuesta a la demanda de las actuales formas de explotación de los seres humanos. Una de sus dimensiones más notorias, pero no la única, es la explotación sexual. Sin embargo, existen otras formas de explotación de personas: mendicidad, guerra, matrimonios serviles, tráfico de órganos y, especialmente, la explotación laboral.

El principal escollo que existe para poder hacerse una idea de la magnitud del negocio del tráfico de personas es la falta de datos oficiales. El 30 de julio se conmemora el Día Contra la Trata de Personas, sin embargo, año tras año se suceden los datos incompletos y la falta de información sobre esta lacra. Uno de los pocos informes anuales que existen lo publica el Servicio Jesuita a Migrantes que, en este 2015, asegura que la trata de seres humanos y el tráfico de migrantes mueven más de 35.000 millones de euros anuales.

Según las cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), más de 21 millones de personas se ven obligadas a realizar trabajos forzados a nivel global. De ese total, cerca de 5 millones son explotadas sexualmente, mientras que el resto son forzadas a trabajar en niveles de esclavitud en actividades que van desde la agricultura o la construcción, la manufactura y los empleos domésticos. La gran mayoría de estas personas son explotadas por empresas o individuos y un 55% de ellas son mujeres y niñas, aunque los niños ya representan el 26% del total (5,5 millones de víctimas infantiles). Las cifras son aterradoras y la inacción ante esta barbarie del siglo XXI es total.

Víctimas de la pobreza extrema

Los tratantes buscan a sus víctimas entre las personas más vulnerables, y la pobreza es un factor determinante de vulnerabilidad. Según datos de la ONU, la mayoría de los 1.500 millones de personas que viven con un dólar o menos al día en el mundo son mujeres, lo que las subordina todavía más a los hombres. El predominio de las mujeres entre la población empobrecida apunta por tanto al denominado proceso de “feminización de la pobreza”, que implica a su vez mayores cuotas de inseguridad y precariedad para las mujeres, de ahí que sean las víctimas idóneas para los traficantes de personas.

Según señala el informe de Servicio Jesuita a Migrantes, como ya se ha apuntado al inicio, la forma de trata detectada con más frecuencia es la explotación sexual. La Organización Internacional de las Migraciones cifra en 500.000 el número de mujeres que entran todos los años en Europa occidental para ser explotadas sexualmente. Como es de suponer, la mayoría de estas mujeres no proceden de países ricos y desarrollados, sino que llegan desde países que se debaten entre el subdesarrollo y el atraso.

La trayectoria de estas mujeres es particularmente degradante, ya que las operaciones de tráfico sexual son tan eficientes como sórdidas. Los encargados de reclutarlas –que pueden llegar a cobrar hasta 500 dólares por cada una-, generalmente lo hacen con falsas promesas de empleo, asegurándoles que van a trabajar como modelos, secretarias o dependientas en los países más ricos del mundo.

En la actualidad, existen numerosas rutas de esclavitud sexual: de Myanmar, China y Camboya a Tailandia; de Rusia a los Emiratos del Golfo; de Filipinas y Colombia a Japón; de Brasil, Paraguay, Colombia y Nigeria a España, etc. Además, desde hace 20 años, cientos de miles de mujeres y niñas de Rusia, Ucrania, Moldavia, Rumanía o Bulgaria han sido y son “exportadas” para ser explotadas sexualmente en las ciudades de Europa occidental y Japón.

Sin embargo, ni se persigue ni se dan datos oficiales. La oficina estadística comunitaria (Eurostat) no aporta información actualizada desde 2012. Y entonces aseguraba que “solo” 30.146 personas habían sido víctimas de trata de seres humanos en Europa entre 2010 y ese año. Nada más lejos de la realidad.

La explotación de los menores

Aunque el género juega un papel decisivo en la trata de personas, existen otros colectivos particularmente vulnerables este fenómeno como es el caso de los menores. Según UNICEF, hasta dos millones de niños están sujetos a la prostitución en el comercio sexual alrededor del mundo.

Sin embargo, la trata de menores presenta otras manifestaciones no menos graves que la explotación sexual: la adopción ilegal de niños extranjeros; el tráfico de órganos; el secuestro de menores -los llamados niños de la guerra- para ser utilizados en los conflictos armados; o el ejercicio de la mendicidad, a menudo acompañada de la comisión de actividades delictivas, robos en terrazas o cajeros, pedir donativos para organizaciones infantiles inexistentes, etc.

Explotación laboral

Siguiendo las estimaciones de la OIT, el 45 por ciento de las víctimas de trabajo forzoso son hombres y niños. En este sentido, es importante señalar que la segunda forma de explotación de personas detectada con más frecuencia es la trata con fines de explotación laboral (68%), que afecta sobre todo a los sectores de la construcción, la agricultura (especialmente los temporeros), al sector textil; al servicio doméstico (especialmente en régimen interno); las empresas de transportes (mudanzas y similares); y la mendicidad.

Al hablar de trata con fines de explotación laboral, hablamos de la situación de personas sometidas a unas condiciones de trabajo inhumanas: horarios abusivos, bajísimos salarios o inexistentes, trabajo en lugares que no cumplen las mínimas medidas de higiene ni seguridad, situaciones de servidumbres por deudas, etc.

La demanda de mano de obra barata, el crecimiento de las economías sumergidas y, finalmente, la actual crisis económica han sido caldo de cultivo para que este tipo de trata adquiera la misma entidad, sino mayor, que la trata con fines de explotación sexual. Sin embargo, los casos denunciados siguen siendo pocos y constituyen la punta del iceberg de un problema mayor.

En conclusión, el oscuro negocio del tráfico de personas sigue en constante aumento y genera tanto dinero como el tráfico de armas o el narcotráfico. Sin embargo, los estados y las organizaciones supranacionales no acaban de tratar el tema con la seriedad que se merece. Es cierto que existen ciertas leyes y resoluciones internacionales para combatir esta lacra, pero son muy poco efectivas. A día de hoy, los más de 21 millones de personas que son víctimas de estas redes mafiosas en todo el mundo, siguen desamparadas. Necesitan y merecen protección, asistencia, justicia y, ante todo, soluciones para paliar el daño que han sufrido.

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