En 2006, el petróleo llegó a su cénit de extracción. Desde entonces, los recursos energéticos disminuyen sin freno. A su vez, la oligarquía económica necesita explotar cada vez más a los ciudadanos para poder mantener su ritmo de beneficios. Esto ha obligado a muchos estados a reducir sus estructuras hasta tal punto que los cuidados han salido del sistema económico, obligando a muchas mujeres a salir del mercado laboral para cubrir esas carencias estatales.
“No hay salida viable dentro de este modelo”. Yayo Herrero, antropóloga, educadora social, ingeniera técnico agrícola y ex coordinadora de Ecologistas en Acción sabe muy bien de lo que habla. “El capitalismo solo quiere crecer y crecer, pero sin asumir que este mundo es finito”. Y es que estamos viviendo una crisis energética profunda que necesita de soluciones urgentes que ningún político parece estar dispuesto a asumir.
Herrero asegura que en 2006 se llegó al pico del petróleo, tal y como reconoció la Agencia Internacional de la Energía en 2010. Llegar a este cénit supone que la Tasa de Retorno Energético (TRE) es cada vez menor. Se entiende por TRE la cantidad de energía que se obtiene a cambio de la que se pierde para poder seguir extrayendo. Es decir, la cantidad de petróleo que se utiliza para conseguir más petróleo es cada vez mayor.
Para que se entienda, hacia la mitad del siglo XIX, momento en el que el principal productor de petróleo del mundo era Estados Unidos, para extraer un barril de crudo solo era necesario invertir un 1% de la energía contenida en el mismo, es decir, se obtenía una TRE de 100. Esto se entiende fácilmente: los primeros yacimientos contenían un petróleo de altísima calidad a escasas profundidades, en lugares accesibles y fáciles de explotar, de forma que la energía necesaria para la búsqueda, prospección, perforación, bombeo y transporte del crudo era muy poca.
A medida que los yacimientos más accesibles y superficiales se agotaron, fue necesario buscar, prospectar y perforar a mayor profundidad o en lugares menos convenientes: lejanos de los centros de consumo, en alta mar… de tal manera que los costes energéticos de estas extracciones han ido creciendo con el tiempo: en la actualidad la TRE de la extracción de petróleo se evalúa entre 5 y 15 dependiendo de los autores: invirtiendo el mismo barril de petróleo que en 1850, el resultado obtenido son de 5 a 15 barriles, en vez de 100. Hoy la tasa de retorno es mucho más baja, y es probable que siga disminuyendo hasta alcanzar un más que previsible desfase, es decir, que se necesite más de un barril de petróleo para conseguir otro.
Por tanto, y asumiendo que no hay marcha atrás, Yayo Herrero cree que es inevitable emplear estos últimos picos de extracción petrolífera para construir un modelo que transite al renovable. Aun así, considera que ya es demasiado tarde.
Con el calentamiento global se producen desajustes en la naturaleza que perjudican al propio desarrollo humano. A esto hay que sumar la gran crisis ecológica que viven los países desarrollados: son deficitarios en materias primas, pero a la vez, excedentes en residuos. Es decir, occidente sobrevive gracias a los recursos de otros territorios, algo que, a su vez, profundiza la brecha entre países ricos y pobres. Y para superar esta brecha, muchos países subdesarrollados adquieren los residuos del ‘primer mundo’ para acumularlos en sus territorios, convirtiéndose así en países sumideros.
Recortes y cuidados
Pero esa brecha entre ricos y pobres se acentúa cada vez más dentro de los propios países “desarrollados”. La pobreza avergüenza y facilita la exclusión de miles de personas, que aun teniendo empleo no llegan a fin de mes. Según datos del pasado año, actualmente en nuestro país hay un 13% de trabajadores pobres, una cifra que podría haberse elevado ya al 18%, según los datos del Informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social.
A esto hay que sumar que los recortes han acabado con una serie de servicios sociales que ha devuelto a muchas mujeres a sus casas, pues se ven obligadas a asumir una serie de cuidados que la administración ha dejado de cubrir. Niños, ancianos y personas con discapacidad no pueden vivir en soledad, necesitan de una serie de atenciones que al sistema capitalista y a su ciclo económico parecen no importar. Estos trabajos, realizados principalmente por mujeres, se desarrollan en espacios reducidos y ocultos, empujadas al ostracismo por el patriarcado imperante. Asimismo, se ha dado también una transferencia general de cuidados, convirtiendo a las abuelas en esclavas de sus nietos. Irónicamente, todas estas personas cuidadoras son consideradas población “no activa” por el sistema económico capitalista.
Porque solo tiene valor aquello que puede ser expresado en euros; es decir, ya no se produce para cubrir las necesidades de las personas, sino que se produce para obtener beneficios. Da igual producir bombas que alimentos. Es más, las bombas son más rentables. Las guerras, las enfermedades, los ríos contaminados y el terrorismo hacen crecer la economía. Por eso, los indicadores económicos contabilizan la destrucción como riqueza. La vida buena ya no es el motor de la economía, es más, la destrucción es mucho más rentable.
A su vez, hemos cedido la capacidad de organizar el territorio y nuestro tiempo a la esfera mercantil. Son los mercados y las grandes constructoras quienes deciden dónde se construye y dónde no. Y también les cedemos el derecho de organizarnos la vida como nos plazca, al sucumbir a sus ritmos económicos casi esclavistas. En la actualidad, y ante la falta de control administrativo y sindical, es normal encontrar a personas que trabajan más de diez horas diarias por sueldos grotescos. Pero el capitalismo ha ganado: aceptas o te quedas fuera. Y a su vez, ha acabado con todo: en apenas un siglo ha agotado la gran parte de los recursos que la Tierra ha tardado 300 millones de años en crear.
Por tanto, podemos asegurar que los países ricos han generado un modelo que solo se puede sostener explotando a otros países y personas, especialmente a las más vulnerables (migrantes y mujeres). Por ende, es necesario planificar de nuevo la economía e implantar una fiscalidad progresiva que revierta la situación. Reorganizar los recursos energéticos, los trabajos —asalariados o no— e impulsar un reparto equitativo de la riqueza son medidas urgentes a llevar a cabo. Si no somos capaces de ganar esta batalla al sistema capitalista, nuestra vida estará condenada. No podemos permitir que nos convenzan, especialmente, porque apenas nos queda tiempo para dar marcha atrás.