El 19 de agosto se conmemora en el mundo el Día Internacional de la Asistencia Humanitaria. Cada día miles de personas arriesgan su vida por ayudar a los demás. El éxito de su trabajo depende, en gran medida, de la financiación de gobiernos y sociedad. Y todos podemos aportar algo.
Ocurrió un 19 de agosto de no hace demasiado tiempo. En 2003. En Bagdad. Un brutal atentado terrorista ponía el punto y final a la vida de 22 miembros de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Cinco años más tarde, en diciembre de 2008, la Asamblea General de la ONU declaraba esa fecha Día Mundial de la Asistencia Humanitaria. Con ella se pretende que la sociedad conozca mejor la labor del personal de asistencia humanitaria y que las ONG puedan mostrar al mundo su trabajo diario.
Yo estuve aquí
Este año el lema de la jornada es “Yo estuve aquí”. Se trata de recordar así la huella imborrable que cualquier persona puede dejar en cualquier lugar del mundo con su ayuda.
La ONU resume los principios fundamentales de la asistencia humanitaria en cuatro: humanidad, imparcialidad, neutralidad e independencia. Del trabajador de asistencia humanitaria explica que puede ser internacional aunque la mayoría son oriundos del país donde trabajan. Estas personas no solo responden a las emergencias: también ayudan a las comunidades a reconstruir su vida tras el desastre. ¿La cara amarga? Muchos se dejan la vida en el intento.
Si en 1999, tal y como explican en la Fundación Luis Vives, fueron 65 los trabajadores de asistencia humanitaria afectados por 34 incidentes, en 2009 la cifra alcanzó 278 personas que fueron víctimas de incidentes graves. En 2010, 69 trabajadores humanitarios fueron asesinados, 86 resultaron heridos y 87, secuestrados.
De dónde sale el dinero
Afortunadamente, parece que en estos años también ha ido en aumento la respuesta humanitaria internacional. El programa Global Humanitarian Assistance (GHA), que cada año lanza su informe GHA Report, afirma que la ayuda humanitaria, a pesar del contexto económico de los últimos años, ha presentado hasta hace poco un volumen creciente.
Este informe analiza la procedencia de la financiación humanitaria. Por ejemplo: en 2010, un año sumergido en plena crisis económica, se destinaron 16.700 millones de dólares a la causa, más que en años anteriores. De ellos, 12.400 procedían de los gobiernos. Sudán fue el principal receptor por quinto año consecutivo, seguido por Palestina.
El informe GHA explica que cuando los donantes gubernamentales comenzaron a sufrir las consecuencias de la depresión económica, los niveles de la aportación privada a la ayuda humanitaria decidieron ir por libre. 2010 fue un año singular: el terremoto de Haití suscitó 1.200 millones de dólares de contribución ciudadana y las inundaciones de Pakistán, 450 millones.
Desde luego, no todo son buenas noticias. Según el citado informe, aunque en 2011 el número de personas con necesidad de asistencia humanitaria había descendido en relación a 2010 (de 74 millones a 62 millones), en 2012, y antes de que el año haya terminado, son 61 millones los seres humanos con carencias.
También surgen interrogantes acerca de la equidad en el reparto del dinero. Entre 2000 y 2009, sólo un 1% del total de la Ayuda Oficial al Desarrollo fue destinado a la prevención de desastres. Jan Kellet, director del Programa GHA, considera que “en un momento en el que las necesidades humanitarias se encuentran a un nivel histórico, y los donantes están sometidos a una presión considerable para gastar menos y priorizar el valor de la moneda, resulta imperativo una nueva evaluación de los gastos”.