Hacia una sociedad del procomún

Con la irrupción del 15M y de los diferentes movimientos sociales que le sucedieron, se empezó a hablar de autogestión, horizontalidad y asamblearismo. Sin embargo, hubo otro concepto que se mantuvo un poco en segundo plano: el del procomún. La gestión en comunidad de los bienes tangibles e intangibles fue entonces una semilla que ha germinado hoy en diversos grupos y cooperativas que tienen el bien común como su gran arma de supervivencia y desarrollo. Cuando el procomún se activa, la propiedad individual desaparece: todo pertenece a todos y a nadie a la vez.

El 15M, ya se considere como movimiento, como tejido social o como mera llamada a la acción, dio pie a una nueva arquitectura de acción social que venía fraguándose desde los inicios del denominado movimiento antiglobalización. Como bien señala el periodista Bernardo Gutiérrez, este movimiento podría encontrar su germen de acción en teorías como la del “hombre multitud” de Negri-Hardt, la “teoría de los enjambres” de Kelly o la “inteligencia colectiva” que impulsó Pierre Levy.

En su momento, se puso mucho énfasis en el carácter no jerárquico y horizontal del movimiento, pero se obvió otro aspecto muy importante: lo relacionado de la acción común y las diferentes formas de acoplamiento de los diferentes cuerpos sociales que conformaban el 15M. Esta nueva arquitectura de las acciones sociales se conoce como procomún. Entendemos por tanto el procomún como un sistema social que relaciona íntimamente a las personas o partes interesadas con sus recursos y con las formas participativas en las que los gestionan/producen y cuidan de ellos.

Los antecedentes

Ya en el siglo XIX, el filósofo inglés William Godwin defendía que el bien común o el bienestar general era la máxima meta que toda persona debía tener. La búsqueda de la felicidad del mayor número de personas posibles era un imperativo que debía incluirse en el cómputo utilitarista de las acciones sociales. Su filosofía, pues, estaba fuertemente enfocada hacia el futuro, hacia la consecución de una sociedad mejor, y es por ello que rechazó las instituciones de su época, las cuales, según él mismo decía, estaban enfocadas en logros del pasado. La consecución de la felicidad general, argumentaba, no puede ser subordinada a intereses personales. El procomún –o el bien común- por encima del beneficio personal, manifestaba. Quizá este último aspecto es muy radical, pero deja entrever el sentido que hoy en día tiene el procomún en los movimientos sociales, donde el pensamiento y la acción colectiva están por encima de toda individualidad.

Profundizando un poco más, podemos entender este concepto de procomún de varias formas. En primer lugar, como objeto, es decir, como la riqueza común o el conjunto de bienes que heredamos o creamos, utilizamos y modificamos y que sirven para nuestro sustento como personas (recursos naturales, sociales, culturales…) y que transmitimos a las generaciones futuras. Estos bienes deben ser cuidados y regenerados, además de ser accesibles al mayor número de personas posible. Por eso mismo, deben ser protegidos de las apropiaciones, la sobreexplotación, el agotamiento y el abuso para ser gestionados en colectividad.

También lo podemos entender como práctica, pues el procomún conforma, o debería conformar al menos, la escala común de valores de la que todos formamos parte. Es intrínseco, a su vez, a la cultura, a las relaciones que construimos entre nosotros, a las maneras de estar y hacer en común. El procomún atañe a los cuidados, al reparto, preservación y reposición de nuestros bienes comunes, a la empatía, a la equidad o a la justicia social. Esta práctica depende de manera crucial de unas habilidades adaptables y mantenidas en el tiempo, de flujos de conocimientos incrementados y de una colaboración y un aprendizaje continuos que incluyan métodos de trabajo conjunto en la resolución de problemas. Asimismo, toma múltiples formas y nombres. El principio de responsabilidad o el de simplicidad voluntaria que analizamos en el último artículo de Fundación Melior son algunos de ellos.

Por último, y volviendo a Godwin, el procomún tiene por resultado final ese “bien común”, que no es otro que la consecuencia de llevarlo a la práctica.

Gestión colectiva

En resumen, el procomún encierra en su esencia un bien común, una comunidad asociada a él y un modo de gobernanza, con lo que sería entonces la forma de producir y gestionar en comunidad bienes tangibles e intangibles, cuyo dueño no es único sino que pertenecen a todos y a nadie a la vez. Espacios en los que todas las partes implicadas deberían tener acceso, participación y compromiso para asegurar su existencia.

Todo procomún va indisolublemente acompañando por un modelo de gestión colectiva y colaborativa humana y con el medio. Se convierte en procesos de vida social y cultura política que necesitan ser ejercidos en comunidad. Construcciones horizontales que nos permiten aprender de los demás. Nos resitúan en un ámbito humanitario de libertad autonómica, conectados con valores democráticos y con nuestra propia creatividad al unir lo político y lo económico con la ética y la comunidad.

Asimismo, los comunes rompen con la clásica dicotomía público/privado introduciendo la modalidad de propiedad colectiva, con una autogestión al margen de la crisis del Estado nación y de la voracidad empresarial y la especulación financiera. La comunidad participante tiene el control del bien común y asegura el acceso a todas y todos sus miembros. Actualiza prácticas que servían: aunque parezca algo novedoso, los commons existen desde siempre, desde que el ser humano llega a acuerdos para mantener ciertos bienes necesarios para su bienestar. Esa gobernanza necesaria se mantiene por la participación activa de la comunidad, que no suele dar posibilidad a estructuras jerárquicas, sino más bien democráticas y en red.

Ejemplos de procomún

Existe en Madrid una moneda social llamada La Canica de la que ya hemos hablado alguna vez en Fundación Melior. En torno a ella convive una comunidad de productores y consumidores que impulsan con cada una de sus transacciones el concepto del procomún. Han colectivizado herramientas y conocimientos y promovido el concepto de “prosumidor”, pues todo aquel que quiera participar en la red tiene a la vez que ofrecer un producto o servicio. Se genera así una colaboración activa que potencia la producción y el consumo ecológico y de cercanía, permitiendo el endeudamiento de sus usuarios para no tener así que recurrir al euro como fin último de intercambio.  Algo parecido está ocurriendo en talleres como el del Nodo de Carabanchel. Gestionado por una asamblea, herramientas y conocimientos están colectivizados y pertenecen, por tanto, al bien común de la sociedad que lo conforma.

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