Faith

El 30 de julio se celebra el Día Mundial contra la Trata de Personas, un delito que explota a mujeres, niños y hombres con numerosos propósitos, incluidos el trabajo forzoso y el sexo. La OIT calcula que casi 21 millones de personas en el mundo son víctimas del trabajo forzoso. En esa cifra se incluye también a las víctimas de trata para la explotación laboral y sexual. Este relato, basado en hechos reales, recrea la inhumana situación que viven estas personas. Concretamente las mujeres víctimas de la explotación sexual.

Faith deseaba morir. Lo deseaba con todas sus fuerzas. No había cumplido aún 18 años, pero ya soñaba con cerrar los ojos y no volver a despertar jamás. La celda en la que se encontraba era estrecha, húmeda y opaca. Apenas entraba un poco de luz por una claraboya inalcanzable. No podía comunicarse con nadie, pues el cibak es un idioma tan extraño a oídos europeos que ni siquiera merecía la pena intentarlo. En la escuela de Chibok aprendió inglés, palabras y frases sueltas, que ahora solo le servían para gritar ‘Why I am here’ y ‘help, help’ una y otra vez, mientras lloraba atemorizada y llena de rabia. No sabe casi palabra de español. Y sus carceleros, dos guardias civiles cántabros, hacían oídos sordos a sus desgarradores gritos.

—No es pesada la negra esta. ¡No grites más, que no te entiende nadie! —vociferó el sargento Vega en dirección al pequeño tragaluz que conectaba su mesa con la celda—.  Negra y puta, la de mierda que nos puede pegar. No la toco ni con un palo —añadió.

—Y que lo diga sargento —contestó el cabo Ramírez—. Aunque está bien buena —replicó. Y ambos se echaron a reír.

La triste historia de Faith comenzó dos años antes en Chibok, al noreste de Nigeria. Hija de un profesor cristiano, su deseo siempre había sido formarse para tener una vida digna en un país golpeado por la pobreza y donde las mujeres no tienen apenas oportunidades. Su madre murió en el parto y su padre fue quien la salvó de la ablación cuando todavía era una niña y quien evitó que se casara a los 14 años, cuando su primo Charles la pretendió. Sin duda, mantener con firmeza sus principios religiosos en la zona musulmana de Nigeria no había resultado nada fácil en un país donde cristianos y musulmanes se consideran mayoría. Pero la situación había cambiado radicalmente desde que en 2010 los colegios cristianos se habían convertido en objetivo prioritario del grupo terrorista Boko Haram, muy activo en el norte del país y en guerra declarada con el gobierno.

Tanto su padre como ella habían hablado del tema. La situación era tensa y sabían que si seguía asistiendo a clase podría tener problemas. Pero el empeño de Faith de no sucumbir al fundamentalismo islámico de la sharia era más fuerte. Sin embargo, en la noche del 14 de abril de 2014, un grupo de terroristas irrumpió en el colegio, despertó a las niñas y secuestró a casi 300. Faith tenía 16 años recién cumplidos. Empujada con violencia a un camión junto a otras 50 chicas, Faith y sus compañeras estaban aterrorizadas.

—Si tanto os gusta prostituiros con esa educación occidental prohibida y sin valor, es porque sois unas putas, y así os tenemos que tratar —contestó uno de los terroristas a una chica que preguntaba aterrada el porqué de su captura.

Tres horas más tarde, todavía de noche, el camión que las trasportaba cruzó la frontera con Camerún. Esa misma mañana, fue alquilada por 2.000 nairas (algo más de 12 dólares) a un hombre de nombre Joseph. Estaba sola, aterrada y desamparada.

Joseph no se parecía en nada a su padre, la única referencia masculina de Faith. La llevó a estirones por las calles de Garoua y no dudó en golpearla cuando ofreció un mínimo de resistencia. Al llegar a su casa, la tiró al suelo y la violó en tres ocasiones. Faith, rendida, aturdida, y agotada, se desmayó.

Cuando recobró el conocimiento, se encontró tirada en el suelo, desnuda y con sus piernas ensangrentadas. Se tapó rápidamente con sus ropas desgarradas y al alzar la mirada se encontró con Joseph, que reía paciente, esperando la hora de volver a empezar. En ese momento entró en la habitación un joven. Faith lo reconoció. Era nigeriano y vivía a escasos veinte metros de su casa. Su padre le había dicho que no se fiara de él, pues con la llegada de Boko Haram a Chibok había declarado públicamente su adhesión al grupo terrorista y su objetivo de imponer la ley islámica en el pueblo.

Sin mediar palabra, se acercó a Faith, y mientras Joseph la agarraba del cuello, le cortó varias uñas de las manos y de los pies, cabello y vello de pubis y axilas. Los guardó en una bolsita y le dijo que si no cumplía con todo lo que le dijeran, mataría a su padre. Después le hizo incisiones con una navaja por todo el cuerpo y realizó un ritual en el que obligó a Faith a jurar lealtad. Al menos, la joven confiaba en que ese juramento serviría para que los dioses y los espíritus estuvieran de su lado.

El nigeriano, que así apodaban a su vecino en Garoua, le dijo que iba a viajar a Europa. Que trabajaría para ellos y que en ese momento asumía una deuda de 35.000 dólares para poder sufragar los costes de tan largo viaje.

—Si demuestras lealtad a Alá y al islam, parte del dinero que nos envíes desde Europa será entregado a tu padre, a quien informaremos de tu buen estado de salud —aseguró el nigeriano—. Sin embargo, si intentas escapar o avisar a la policía…—y pasó el dedo a lo largo de su retorcido cuello—. Solo pórtate bien y obedece. Nosotros y los espíritus te protegeremos.

A pesar de ese mínimo consuelo, Faith no entendía nada: ¿por qué le hacían sufrir así? Desde niña siempre había sido tolerante con sus paisanos musulmanes. Es más, la mujer de su tío es suní y siempre han convivido en paz y armonía. ¿Por qué surgía de pronto ese exceso de ira, odio y locura? No tuvo más remedio que aceptar y prometer lealtad al nigeriano. Cuando se quedó sola de nuevo con Joseph, regresaron los abusos. Durante toda la noche, el camerunés la violó hasta cuatro veces más.

A la mañana siguiente, el nigeriano volvió y la condujo al aeropuerto de Garoua. Le dio un pasaporte y la embarcó en un vuelo en dirección al sur, a Yaundé. Al llegar, otro compatriota esperaba a Faith en la puerta de salida del vuelo. Le entregó un visado y la llevó a otro avión con dirección a París. No habló en todo el trayecto entre una terminal y otra. Impasible, esperó detrás de los ventanales hasta que el aparato despegó.

El viaje hacia París fue largo y fatigoso. Faith estaba asustada, pero le fortalecía saber que no tendría que cruzarse de nuevo con Joseph. No quiso comer en todo el vuelo y apenas pudo dormir. Además, no podía comunicarse con nadie, ya no solo por el idioma, sino porque romper el vínculo mágico creado con el nigeriano pondría en peligro su vida y la de su padre.

Cuando llegó a París, una mujer la esperaba con un cartel con su nombre. FAITH. También era nigeriana. Juliet, que así se llamaba, le dijo que no se preocupara, que había tenido mucha suerte al encontrarse con El Nigeriano y que iba a poder ganar mucho dinero en Europa. También le explicó que su destino no era París, ni Francia, sino España, un país del que apenas había oído hablar, excepto porque el hijo del jefe de una de las tribus de Chibok había probado suerte hacía años en aquel lejano y exótico lugar.

El viaje hasta España lo hizo en autobús. Desde París hasta Bilbao. Una vez más, al llegar a la estación de autobuses, había otro nigeriano esperándola. Emmanuel le explicó en inglés que iba a trabajar en un pueblo cercano y que, desde entonces, él iba a ser su único interlocutor. Ambos subieron a un coche y Emmanuel condujo hasta Solares, un pequeño municipio de la provincia de Cantabria.

—Recuerda que si obedeces, no te pasará nada —le recordó. Faith, sin entender muy bien el inglés, asintió con la cabeza.

El viaje fue corto. Apenas de una hora. Emmanuel detuvo el coche frente a un edificio con grandes carteles luminosos. Aquel llamativo lugar sorprendió a la joven.

En ese night club, la inocente Faith, con apenas 16 años –aunque en su pasaporte falso decía que tenía ya 18–, ejerció la prostitución durante casi un año. Siempre sumisa, siempre discreta. Cada semana, Emmanuel iba a visitarla para pedirle el poco dinero que ganaba. —No te preocupes, pronto encontraremos un trabajo mejor —le prometía cada vez que iba a verla. No salía, no tenía amigas y el poco español que aprendió fue gracias a Luz, una joven colombiana que también trabajaba en aquel infecto lugar.

El dueño del local, rudo y grosero, apodado ‘el Carajón’, solo hablaba con Faith en tres supuestos: cuando la obligaba a subir a las habitaciones con un cliente, cuando él hacía de cliente y cuando había redadas policiales. Y es que el Carajón tenía buenos contactos en la guardia civil del municipio, por eso siempre recibía una llamada antes de cualquier inspección. Cuando esto ocurría, el Carajón subía a Faith a un vehículo y la sacaba rápidamente de allí. Después, volvía al club, acompañaba a la benemérita, presentaba la documentación del resto de chicas y daba al sargento un sobre cerrado, que este acompañaba de un ‘muchas gracias’, ‘todo en regla’.

Pero aquella mañana fría de febrero, el Carajón no sabía que el sargento había sido relevado de su cargo de madrugada, acusado de cohecho. Finalmente, las denuncias de varios ciudadanos anónimos a jefatura habían servido para abrir una investigación y actuar con urgencia. Cuando apenas rayaba el alba, varios furgones policiales pararon frente al club e irrumpieron en el local. Faith fue detenida y llevada al calabozo del cuartel por portar documentación irregular.

—Que te calles de una vez —repitió el sargento Vega—. En dos días vienen a por ti y te llevan a Madrid. Con suerte, en un mes estarás de nuevo en tu país, que es donde tienes que estar.

En un pueblo como Solares, la noticia corrió como la pólvora. Aunque Faith apenas salía del club, los vecinos sabían perfectamente de su existencia. Para cualquier solariego, en pleno siglo XXI, ver a una chica africana resulta todavía exótico. Así que pronto se reunieron más de treinta vecinos a las puertas del cuartel reclamando la liberación de Faith. El boca a boca hizo el resto. Al cabo de dos horas, más de 100 personas se amotinaban en la puerta y una joven abogada de Laredo se autoproclamaba defensora de Faith.

La buena nueva no llegó hasta el día siguiente. Faith salía libre con la obligación de ir a firmar diariamente al cuartel ante la decisión del juez de no llevarla todavía al Centro de Internamiento de Extranjeros de Madrid. Era una pequeña victoria, pero todavía quedaba mucho camino por recorrer si pretendían evitar que Faith subiera al avión de Air Europa que en marzo había programado el Ministerio del Interior para deportar a decenas de migrantes indocumentados con destino a Senegal. Al salir del cuartel y verse rodeada de tanta gente, Faith sonreía. Estaba avergonzada, pero también muy agradecida.

Pocos días más tarde, Emmanuel apareció por el pueblo y la esperó cerca del cuartel hasta que la vio ir a firmar. Traía otro pasaporte falso. Obligó a Faith a subir al coche y se alejaron de Solares.
—Te dije que si obedecías, los espíritus estarían de tu lado —afirmó mientras sonreía y pisaba el acelerador—.

 

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