Las decisiones tomadas por la UE tras el naufragio de más de 1.300 personas en el Mediterráneo no han tenido por objetivo sufragar operaciones de salvamento, sino aumentar el presupuesto de la Agencia Frontex para militarizar las fronteras y pagar a Egipto y Túnez para que detengan a los migrantes que quieren echarse al mar. Europa parece no darse cuenta de que por más que tapone las rutas, seguirá habiendo personas que busquen un futuro mejor lejos de la devastación que sus propias políticas económicas ha provocado en sus países de origen.
Sueñan los nadies con salir de pobres. Los hijos de nadie, los dueños de nada. Hace una semana nos dejaba el autor de estos versos, el uruguayo Eduardo Galeano. Y el destino, trágico, macabro, parece que quiso homenajear al autor de Las venas abiertas con otra oleada de nadies muertos, ahogados, sepultados para siempre por las aguas del Mediterráneo. Las ONG alertan: en una semana han muerto más de 1.300 personas en el mar y otras 500 siguen desaparecidas. Nunca antes el Mare Nostrum se tragó a tantas personas en tan pocos días. Los datos de 2015 son escalofriantes. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), 1.727 migrantes han muerto en lo que va de año, una cifra escalofriante si las comparamos con las 56 muertes del mismo periodo de 2014.
Como han muerto tantas personas de golpe, rompiendo el goteo continuo, pero de escaso interés mediático al que estábamos acostumbrados, los ministros de Exteriores e Interior de los diferentes estados europeos han activado las alarmas. Hace unos días se reunieron de urgencia para tratar medidas de cara a este elevado repunte de inmigrantes fallecidos. Y como era de esperar, no impulsaron medidas en pro de la prevención o del salvamento de estas personas, sino que decidieron aumentar la militarización y la externalización de las fronteras europeas. No previeron ninguna operación de rescate coordinada a nivel europeo. Obviaron por completo el cumplimiento de los derechos humanos.
Por desgracia, parece que la Unión Europea sigue sin entender que no hay forma de parar las migraciones. Por mucho que se taponen algunas rutas, surgirán otras todavía más peligrosas y que se dejarán más vidas en el duro peregrinar. La inestabilidad en Libia tras el derrocamiento de Gadafi, impulsado por cierto por Europa y EEUU, y la guerra que asola Siria han multiplicado las migraciones de personas que buscan refugio en Europa. Sin embargo, el Viejo Continente está más preocupado en frenar los flujos de inmigración que en salvar las vidas de los que escapan de guerras, dictaduras y estados fallidos, fruto casi siempre de las políticas económicas y energéticas impulsadas por la propia UE.
Porque nadie puede obviar que las guerras que se han promovido en Oriente Medio por el control de recursos naturales, las multinacionales que arrasan esos recursos y esclavizan a los trabajadores y trabajadoras, la venta de armas a países en conflicto o el apoyo a dictadores criminales, son la contribución occidental a la pobreza y la desigualdad en muchos territorios de África. Es la cara más criminal del capitalismo.
Pero Europa, una vez más, no está a la altura de las circunstancias. Las medidas aprobadas esta semana incrementan los fondos y medios para Frontex (agencia de Fronteras de la UE), pero no con el objetivo de salvar vidas, sino de controlar mejor las fronteras y contener las llegadas de inmigrantes y refugiados a sus costas. Porque, cabe recordar, que desde octubre de 2014, un año después de que Italia de manera unilateral decidiera poner en marcha la operación de salvamento Mare Nostrum, no hay ninguna operación destinada a salvar vidas, puesto que la UE decidió no dotar de fondos a la impulsada por el país alpino.
Pero el esperpento impulsado esta semana por la Unión Europea no acaba en la militarización de sus fronteras. Va todavía más allá. Otra de las diez propuestas aprobadas se centra en la puesta en marcha de una operación civil y militar con el objetivo de capturar y destruir las embarcaciones que transportan a los migrantes. Aunque, sin duda, la más cuestionada por las organizaciones de defensa de los Derechos Humanos, es la de dotar de recursos económicos a los países mediterráneos fronterizos con Libia (Egipto y Túnez) para financiar tareas de vigilancia, evitando así la salida o la llegada a Europa de migrantes desde estos países. Es decir, Europa está “privatizando” sus fronteras, encargando a otros estados que se conviertan en los guardas de seguridad de nuestras aguas y pagándoles para que actúen contra los migrantes que decidan intentar alcanzar Europa. Y lo encarga a países donde los derechos humanos se cuestionan constantemente, por lo que la UE no solo externaliza sus fronteras, sino que se desentiende del devenir de los migrantes capturados. Si tienen que morir que mueran, pero que sea lejos de nuestros ojos.
La única solución, como recuerda la Organización Mundial de las Migraciones, es que los líderes de la UE miren más allá de la situación actual y trabajen en estrecha colaboración con los países de tránsito y origen, tanto para aliviar el sufrimiento inmediato de los inmigrantes y refugiados como para abordar de manera más exhaustiva los diversos factores que los impulsan a recurrir a viajes tan desesperados. Porque no hay que olvidar que Europa condena por partida doble a estos nadies, a estas víctimas. Primero, por ser en gran parte culpable de que esas personas se vean obligadas a emigrar por la inestabilidad que existe en sus países y, en segundo lugar, por aplicar unas medidas fronterizas que las condenan a morir ahogadas en el mar. Porque, como bien recuerda la eurodiputada Marina Albiol, “las políticas en materia migratoria como el control de fronteras, las redadas racistas, las deportaciones, las vallas, la imposibilidad de entrar en Europa de manera legal, o la falta de corredores humanitarios para quien huye de Siria o Libia, son las que hacen que no les quede otra alternativa que elegir entre una muerte casi segura en el mar, o la seguridad de saberse condenados al hambre o a la explotación”.
Por tanto, si nada cambia, seguirán muriendo. Pues sus muertes no despiertan la condena tajante de ningún gobierno. Sus muertes no provocan manifestaciones masivas pidiendo justicia. Son los nadies. Esos que cuestan menos que la bala que los mata.