España, ¿xenofobia o aporofobia?

Tras el atentado al semanario satírico Charlie Hebdo, los comentarios y actitudes xenófobas resurgieron con fuerza en casi toda Europa. Sin embargo, la pregunta que intenta resolver este artículo es clave: Estos grupos racistas, ¿odian al extranjero por extraño o por pobre? ¿Ayudan los medios de comunicación a impulsar este recelo hacia el inmigrante? ¿Qué papel juega el capitalismo en todo esto?

El 7 de enero, un tiroteo en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo en París acabó con la vida de once personas. El grito de guerra de estos asesinos enmudeció Europa: “Al·lahu-àkbar” (‘Alá es [el] más grande’)”. Una vez más, el fundamentalismo islámico había golpeado en el corazón del Viejo Continente. Su odio había vuelto a dejar un río de sangre como ya ocurrió en los atentados del 11-M en Madrid o del 7 de julio en Londres; y como ocurre diariamente en Siria, Irak o Yemen, donde el yidahismo campa a sus anchas atemorizando y masacrando a la población civil sin que a Occidente parezca importarle mucho.

Como consecuencia de este atentado, los ataques xenófobos y los movimientos anti-inmigrantes resurgieron con fuerza, se hicieron más visibles e incluso comprensibles por amplios sectores de la población. Pero, la pregunta es, ¿son movimientos xenófobos o detrás de esa actitud reaccionaria existe un odio mucho más clasista? Es decir, aunque existe una clara tendencia xenófoba en muchas personas –especialmente en las zonas rurales-, ¿molesta tanto el extranjero cuando llega a nuestro país bien provisto de dinero? Es decir, alemanes, suizos o británicos que vienen a trabajar a España o incluso a retirarse en nuestras playas, ¿sufren ataques ‘racistas’ como diariamente los padecen magrebíes, latinoamericanos y africanos? Parece que no. La respuesta, la da la filósofa española Adela Cortina: “Cuando los extranjeros llegan provistos de petrodólares no molestan. Es más, les ponemos la alfombra roja porque traen dinero. No nos molesta que sean arios, anglosajones o árabes”. Entonces, ¿quiénes son los que molestan?, se pregunta: “Los pobres. Es más, aunque sean de nuestra propia familia. A los pobres se les oculta y solo se presume de los familiares o amigos bien situados. La realidad de la aporofobia es palmaria”, concluye.

Aunque el neologismo adoptado por Cortina hace ya casi dos décadas no está todavía aceptado en la Real Academia Española, cada vez gana más peso y reconocimiento entre los expertos en la materia. Ella lo define así: “Dícese del odio, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado”. Es decir, el racismo está camuflado bajo un velo clasista, pues el que molesta, el que despierta fobia y odio no es el inmigrante en sí, sino el pobre, sea cual sea su raza o su etnia.

Tal y como publicamos en noviembre del pasado año, se estima que en España hay más de 40.000 personas que viven en la calle. Sin duda, son ellas quienes sufren con mayor ahínco la brutalidad de quienes profesan esta abominable perversión. Frecuentemente son víctimas de palizas, insultos, amenazas y todo tipo de vejaciones. Y tal y como aseguraba hace unos meses en El País el presidente de Movimiento contra la Intolerancia, “alrededor del 50% de los indigentes ha sufrido agresiones violentas por parte de grupos criminales”. De hecho, el miedo que genera este tipo de asaltos ha llevado a varios grupos de personas sin hogar a tomar la decisión de dormir juntos para poder enfrentarse con garantías a estas salvajes palizas.

Algo similar ocurre con los insultos y agresiones que frecuentemente sufren los inmigrantes a manos de estos desalmados. Porque, ¿por qué se insulta al latinoamericano o al africano? ¿Por negro o por pobre? Aunque en muchas ocasiones es por ambos motivos, es cierto que casi siempre el insulto esconde esa aporofobia que tan bien describe Cortina.

Aun así, xenofobia y aporofobia están relacionadas en el hecho de que muchas veces, la inmigración se produce desde países poco desarrollados económicamente hacia países desarrollados, donde además de las diferencias culturales, los inmigrantes pobres son vistos como un problema de seguridad y se les asocia comúnmente con actos criminales. ¿Por qué los medios de comunicación siempre enfatizan la nacionalidad de un criminal cuando este no es español? Peor todavía, ¿por qué los medios de comunicación se esfuerzan en convertir al inmigrante en potencial amenaza? Claro ejemplo son los “miles de inmigrantes que acechan la valla de Melilla para entrar en España”, titular que rotula muchos días la noticia principal de casi cualquier periódico generalista.

Nuestra sociedad no es xenófoba (odio a lo extraño), pues basta ver el ‘miedo’ que nos despiertan los coches alemanes, las pizzas italianas o los relojes suizos, sino que es aporófoba, fruto del patrón conductual egoísta e individualista que nos impone la ideología capitalista. La realidad se presenta velada para desactivar nuestra capacidad de entender las auténticas causas de nuestros problemas. Así que recapaciten: lo diferente, lo de ‘fuera’ solo inspira miedo u odio cuando es pobre. Si consiguen aceptar esta realidad, se percatarán de que el principal enemigo de nuestra sociedad no es el inmigrante, sino el capitalismo atroz que nos obliga a odiar y a considerar diferentes y peligrosos a nuestros iguales.

 

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