Empresas sociales: otra forma de hacer negocios

Dice el tercer principio de la práctica del social business, una clase de empresas sociales, que quien invierte en ellas no obtiene beneficios, sino que se conforma con recuperar el dinero invertido. Con los tiempos que corren, la pregunta brota de forma automática: ¿De verdad hay inversores así? Respuesta afirmativa. Otra forma de hacer negocios es posible.

Aunque la mentalidad occidental no fomenta la existencia de empresarios con inquietudes éticas, a continuación se describen tres alternativas empresariales que demuestran que hacer negocios y perseguir fines sociales no son conceptos irreconciliables. Contemporáneas de perversos fenómenos como la explotación infantil y la corrupción, estas vías se muestran a ojos del mundo como un oasis en medio del desierto.

Fue Muhammad Yunus, economista nacido en Bangladés en 1940, quien concibió la idea de social business entre los años 70 y 80, un concepto que nada tiene que ver con los proyectos empresariales 2.0 que hoy en día se han apropiado del nombre y colapsan los resultados de búsqueda en internet.

Siete principios sustentan este singular modelo de negocio, que en ningún caso ha de confundirse con una ONG: solidaridad, sostenibilidad económica y financiera, inexistencia de dividendos, reinversión de los beneficios en el propio negocio, respeto al Medio Ambiente, sueldos superiores a la media del mercado y alegría en su ejecución.

Yunus se ganó el apelativo del banquero de los pobres al fundar el Banco Grameen, una entidad financiera que otorga microcréditos a los pobres a cambio de una promesa sin firma de por medio: la de devolver el dinero. Se abría así un nuevo y esperanzador camino. Las palabras de Yunus ilustran mejor que las nuestras por qué, entre otros muchos reconocimientos, fue galardonado con el Nobel de la Paz en 2006: “Decidí renunciar a todo lo que había aprendido en las aulas para intentar simplemente ser un ser humano”.

Ganar dinero con fines sociales

También con el ánimo de dar respuesta a necesidades sociales, pero en este caso con reparto de beneficios entre los inversores, encontramos los emprendimientos sociales. El término de emprendedor social fue acuñado en 1972 por el estadounidense William Drayton, fundador y presidente de la Fundación Ashoka y premio Príncipe de Asturias a la Cooperación en 2011.
Con el lema “todo el mundo puede cambiar el mundo”, la Fundación Ashoka constituye la mayor asociación global de emprendedores sociales, definidos por Drayton como “hombres y mujeres con soluciones que cambian de manera sistemática y de raíz los problemas sociales más urgentes del mundo”.

Agricultura ecológica, pesca artesanal sostenible, aprendizaje colectivo, nuevo periodismo… Todos ellos son proyectos que tienen cabida dentro de esta práctica empresarial, cuya presencia en España sigue siendo bastante reducida. Según cifras arrojadas por el Global Entrepreneurship Monitor, en nuestro país solo un 0,5% de la población activa  acomete un emprendimiento social, en comparación con el 2% de países como Estados Unidos y Reino Unido.

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Por último, hacemos referencia a las B Corp, fórmula corta para referirse a una certificación o sello distintivo que se concede en Estados Unidos a aquellas compañías que cumplen con unos estándares de, por definirlo de alguna manera, calidad social. Actualmente existen 517 B Corporations, que, tal y como se proclama en su sitio web, “utilizan el poder de los negocios para resolver problemas sociales y medioambientales”. Movidos por ese espíritu de transparencia, las cifras económicas son esperanzadoras: los ingresos de estas empresas B ascienden a 2.900 millones de dólares y operan ya en más de 60 sectores de la economía.

Decíamos al comienzo que el tercer principio de la práctica del social business no permite al inversor obtener ningún beneficio. Seguramente Yunus consideró que el mejor dividendo es la sonrisa del ser humano.

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