España es el país de Europa con mayor volumen de jóvenes ni-ni. Sin embargo, el concepto ha cambiado radicalmente. La crisis económica ha provocado que ser ni-ni ya no sea una elección personal, sino una situación forzosa.
Generación ni-ni. Así se ha venido a denominar, desde no hace mucho tiempo, a los jóvenes que “ni estudian ni trabajan”. Sin embargo, lo que en un primer momento se consideró un estado académico o laboral voluntario (ni querían estudiar ni querían trabajar) hoy se ha convertido, en muchos casos, en una dramática condición forzosa. Ni pueden estudiar (no hay más que mencionar la subida en las tasas universitarias) ni pueden trabajar.
“Ese comportamiento emergente es sintomático, ya que hasta ahora se sobreentendía que si no querías estudiar te ponías a trabajar. Me pregunto qué proyecto futuro puede haber detrás de esta postura”, se preguntaba hace poco más de tres años Elena Rodríguez, socióloga del Instituto de la Juventud, en un artículo publicado por El País acerca del entonces novedoso fenómeno. Por aquella época, ser ni-ni parecía más una cuestión vocacional.
Un giro de 180 grados
Ironías de la vida, ni siquiera un lustro después de aquello, el mismo medio y tantos otros se han hecho eco de una terrible realidad. España es el país de Europa con mayor número de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Traducido a cifras y según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), casi un cuarto de los españoles de edades comprendidas entre 15 y 29 años se hallaban en esta situación en 2010.
Situando el foco en la franja de 25 a 29 años, la cifra alcanza casi el 30%, lo cual sitúa a España bastante por encima de la media de los países vecinos. Un nada desdeñable 15,8% más.
¿Por qué entonces estamos cansados de oír que las nuevas generaciones están mejor preparadas que nunca? Aunque resulte contradictorio habida cuenta de la acuciante situación de desempleo, el año pasado se matricularon en las facultades españolas 1,44 millones de alumnos, un 2,9% más que en 2009. Y precisamente en ese año el porcentaje de población española de entre 25 y 64 años con título universitario era ligeramente superior al del resto de países. España superaba a Francia, Alemania e Italia.
El dato, incluido en un revelador estudio de la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CYD), se complementa con otro aún más llamativo: la demanda de educación de postgrado en su vertiente de másteres también se incrementó, superándose las 100.000 inscripciones.
¿Qué está pasando aquí?
“Los precios que tanto las instituciones privadas como algunas públicas están fijando son una nueva burbuja: una burbuja académica. Ya habíamos vivido una especie de ‘titulitis’: todo el mundo tenía que ser licenciado. Ahora parece que todo el mundo tiene que pagar grandes cantidades por una formación que se podría recibir por un precio asequible”, explica a Melior uno de los responsables de la oferta de postgrado de la Universidad Autónoma de Madrid.
La conclusión que, a priori, se puede obtener de todo esto, es que al joven español se le está exigiendo demasiado. Mucho más de lo que en estos momentos puede dar. Estudia quien puede (entiéndase esto como “quien tiene dinero”) y trabaja el que encuentra. Para colmo, estudiar ya no parece ninguna garantía. Tenemos un mercado laboral ni-ni. Ni ofrece suficientes puestos de trabajo ni parece que vaya a ofrecerlos en un corto plazo.