El peligro que supone el armamento nuclear no tiene límites. La utilización de un porcentaje mínimo de las ojivas todavía existentes podría hacer desaparecer el mundo tal y como lo conocemos hoy. A su vez, nueve países controlan todo este armamento y prohíben al resto del mundo fabricarlo. Esta decisión unilateral genera desconfianza en otros estados que de manera clandestina intentan conseguir uranio enriquecido para fabricar sus propias ojivas. Mientras tanto, la tensión mundial crece por momentos…
En 2015 se cumplen 70 años de la utilización por primera y última vez de un arma nuclear en una guerra. Se estima que hacia finales de 1945, las bombas habían matado a 166.000 personas en Hiroshima y a 80.000 personas en Nagasaki, totalizando unas 246.000 muertes, aunque solo la mitad falleció a causa de los bombardeos. Entre las víctimas, del 15 al 20% murieron por lesiones o enfermedades atribuidas al envenenamiento por radiación. Desde entonces, algunas otras personas han fallecido de leucemia (231 casos observados) y distintos cánceres (334 observados) atribuidos a la exposición a la radiación liberada por las bombas.
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la norma contra el uso de las armas nucleares se ha mantenido firme. Pero, como afirma Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, “la única garantía absoluta de que esas armas no se vuelvan a utilizar nunca es su eliminación total”. Desde el fin de la Guerra Fría se han dado grandes pasos en torno al objetivo de desarme nuclear, sin embargo, ¿podemos estar tranquilos?
La respuesta parece clara: No. El ambientalista finlandés Risto Isomäki afirma que aunque el arsenal mundial sea hoy 35 veces menor al que existía en el momento culmen de la Guerra Fría, el peligro no ha disminuido, “pues actualmente las bombas son más pequeñas, más precisas y más fáciles de transportar”.
Durante la Guerra Fría, Estados Unidos llegó a poseer unas 35.000 armas atómicas. En la actualidad disponen de unas 2.150 ojivas nucleares activas (1.950 estratégicas y 200 tácticas) más otras 2.800 en reserva y unas 2.000 almacenadas para desmantelamiento, para un total de aproximadamente 7.000 bombas. Por su parte, Rusia heredó el armamento nuclear de la extinta Unión Soviética. Actualmente, dispone de unas 4.930 ojivas nucleares activas (2.430 estratégicas y 2.500 tácticas) más unas 3.000 almacenadas para desmantelamiento, lo que totaliza unas 8.000 bombas.
Tras ellos, Francia, China o Reino Unido cuentan con menos de 300 ojivas cada uno. Por último, Pakistán, India y Corea del Norte poseen armamento nuclear declarado e Israel, sin declarar. Ninguno de estos cuatro países está adherido al Tratado de No Proliferación Nuclear, por lo que no están destruyendo el armamento que poseen. En total, en el mundo todavía existen más de 16.000 ojivas nucleares en manos de nueve países. Estados Unidos y Rusia poseen el 93 por ciento del total y cerca de la mitad están operativas. A esto, hay que sumar que otros países como Irán o Arabia Saudí podrían estar desarrollando armamento nuclear de manera clandestina.
Queda claro por tanto que no podemos bajar la guardia. Que la guerra nuclear no es fruto de un oscuro pasado. La evidencia científica muestra que hasta una guerra nuclear limitada, si fuera posible algo así, derivaría en un irreversible cambio climático y en la destrucción sin precedentes de vidas humanas y de la ecología que la sostiene. El diplomático de Sri Lanka, Jayantha Dhanapala, recibió hace apenas un año el premio IPS por su lucha a favor del desarme nuclear. En su discurso, Dhanapala mostró su nerviosismo ante la despreocupación generalizada que existe en relación a este tema: “La posibilidad de uso por voluntad política, ciber-ataque o por accidente por parte de un estado o de un actor no estatal es más real de lo que nosotros, en nuestra complacencia, decidimos reconocer”. Porque, no cabe duda de que no podemos estar tranquilos, especialmente si pensamos que actualmente se emplean 1.700 billones de dólares anuales en la producción de armamento y en la mejora y modernización del armamento nuclear.
Solo en Estados Unidos, y en flagrante contradicción con las promesas del presidente Nobel de la Paz, Barack Obama, la modernización de las armas nucleares costará 355.000 millones de dólares en la próxima década. Aun así, cabe preguntarse que si el mundo ya logró teóricamente la prohibición de otras dos categorías de armas de destrucción masiva, como son las biológicas y las químicas, ¿por qué no con las nucleares?
La repuesta es la de siempre: existe un gran negocio detrás. Dos organizaciones no gubernamentales, ICAN y PAX, rastrearon minuciosamente el dinero que se esconde tras las armas nucleares y revelaron en su informe “Don’t Bank on the Bomb” (“No financien las bombas”) que desde enero de 2011, 411 bancos diferentes, compañías de seguros y fondos de pensión invirtieron 402.000 millones de dólares en 28 países en la industria de armas nucleares. A su vez, las naciones con armas atómicas gastaron en total más de 100.000 dólares en sus fuerzas nucleares.
El pasado sábado, 26 de septiembre, se celebró el Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares. Sin embargo, a pocos países parece importarle. En el sudeste asiático, el potencial nuclear de países como India, China o Pakistán empieza a inquietar al resto del mundo. A su vez, Irán ha sufrido un bloqueo y acoso desmedido por parte de las potencias occidentales, alarmadas ante la posibilidad de que pudiese fabricar armamento nuclear. Resulta cuanto menos paradójico que países como Estados Unidos o Francia, que poseen miles de ojivas nucleares, consideren como amenaza patente la posibilidad de que Irán pueda alcanzar a fabricar alguna.
En definitiva, el peligro que supone el armamento nuclear no tiene límites. La utilización de un porcentaje mínimo de las ojivas todavía existentes podría hacer desaparecer el mundo tal y como lo conocemos hoy. A su vez, nueve países controlan todo el armamento nuclear y prohíben al resto del mundo fabricarlo. Esta decisión unilateral genera desconfianza en otros estados que de manera clandestina intentan conseguir uranio enriquecido para fabricar sus propias ojivas. Solo la ONU, sin fuerza, sin poder y menospreciada a nivel internacional alza la voz para pedir el desarme nuclear. Pero nadie la escucha. Ban Ki Moon sabe que la tensión en el mundo crece día tras día. Los altos índices de pobreza que existen en Europa y EEUU, el número de refugiados que crece imparable en todo el mundo y el odio hacia Occidente que emana del Estado Islámico en Siria e Irak o de los talibanes en el Sahel, Afganistán o Pakistán son el caldo de cultivo perfecto para hacer peligrar el mundo. Nuestros gobernantes tienen por delante el mayor reto de su historia. Sin embargo, no parecen estar dispuestos ni capacitados para afrontarlo con garantías.