El lado oscuro de la industria farmacéutica

Cada vez son más las voces que denuncian que la industria farmacéutica esconde un lado oscuro. Nadie puede negar que este sector, uno de los más poderosos del planeta, ha erigido su negocio sobre las carencias de salud del ser humano. ¿Hay algo de malo en ello?

 

En 2001, el escritor John Le Carré publicaba El jardinero fiel, texto que se llevaría cuatro años más tarde a la gran pantalla. La obra era (sigue siendo) una clara denuncia ante los modos de actuación de la poderosa industria farmacéutica. En la novela, ambientada en un remoto lugar al norte de Kenia, el gobierno de este país y el de Gran Bretaña son cómplices en las pruebas de un medicamento contra la tuberculosis, Dypraxa, que pone en riesgo la vida de las personas. Le Carré trataba de evidenciar con su trabajo que el sector farmacéutico esconde un peligroso lado oscuro.

Pero no ha sido el único. En la actualidad son muchas las voces que se alzan para advertir de los riesgos que conlleva un depósito incondicional de confianza en esta industria. Basta con introducir en un buscador de internet las palabras “negocio farmacéutico” para que se desplieguen ante el usuario un sinfín de entradas al respecto.

Un juego peligroso

¿Qué perversión podría permanecer oculta tras la aparente misión sanadora de la industria farmacéutica? No hace mucho comenzó a circular por la Red un curioso testimonio. Se trataba de Gwen Olsen, una mujer que se autodefinía experta en el sector, ya que había trabajado en él durante más de una década como visitadora médica. Olsen criticaba con dureza las entretelas de su antiguo entorno profesional, considerándolo el negocio del “mantenimiento de las enfermedades” y de la “administración de los síntomas”.

Es decir, esta mujer denunciaba, como hacen otras muchas personas en el mundo, que la industria farmacéutica no juega a curar a los enfermos. De hecho, si lo hiciera el juego se acabaría pronto. Y en él se mueven más de 700.000 millones de dólares al año.

En los tribunales

Marcia Angell, autora del libro La verdad sobre las compañías farmacéuticas (y editora durante dos décadas de la revista especializada New England Jornal of Medicine), explica en su obra que entre 2000 y 2003 la mayoría de las grandes empresas del sector fueron citadas en los tribunales de Estados Unidos. Ocho de ellas, condenadas a pagar cantidades meteóricas en concepto de multa. Algunas reconocieron su responsabilidad por actuaciones criminales, ya que habían puesto en peligro la vida de miles de personas.

Un caso bastante cercano en el tiempo es el de la vacuna contra la Gripe A. La Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública, de ámbito nacional, tachó de “desproporcionadas” y de “estar al servicio de los intereses de las multinacionales farmacéuticas” a las medidas tomadas por la Organización Mundial de la Salud(OMS). Según la citada Federación, «las connivencias de la OMS con los intereses de las farmacéuticas” quedaron “patentes», especialmente por «su insistencia en la vacunación, sólo comprensible si se tiene en cuenta que las vacunas ya estaban compradas y que quizás lo que se pretendía era amortizar el gasto».

No queremos dejar de señalar que la industria farmacéutica es la mayor inversora en Investigación + Desarrollo del planeta. Sin embargo, este “lado bueno” no libra al sector de la crítica social. Cada vez está más extendida la idea de que alguien debería vigilar a las farmacéuticas. Pero, ¿quién? La citada OMS y los propios gobiernos no parecen estar muy por la labor. En 2002 el gobierno francés se enfrentó a la firma Pfizer amenazándola con la expulsión del país. Finalmente, tal y como explica Philippe Pignarre en El gran secreto de la industria farmacéutica, el Estado galo se tuvo que retractar ante el poder desmedido de su rival.

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