Aprender a meditar y meditar para aprender

Hace un tiempo el programa Redes se hacía eco de algunas experiencias que se han llevado a cabo en escuelas americanas. En ellas hay un espacio físico para que los niños mediten y además se fomenta que lo hagan cuando tienen un problema. Eso propicia una mejor integración de los alumnos y mejora el rendimiento escolar.

Muchos de nosotros tenemos una concepción quizá demasiado estrecha de la palabra meditación, la asociamos a un práctica sólo al alcance de algunos elegidos que, tras muchos años de preparación, consiguen llevar su mente a ciertos estados muy difíciles de conseguir para los no iniciados.

Pero meditar es algo más que eso, es también conectarte contigo mismo reflexionando sobre tus experiencias, imaginar el futuro, recordar a personas y hechos del pasado.  Algo que todos hacemos todos los días en realidad. Quizá meditar es simplemente gestionar mejor tu pensamiento consciente y tus emociones para obtener una vida más satisfactoria y plena.

En nuestra tradición cultural aprender significa, sobre todo, memorizar, reproducir o conservar la cultura y el conocimiento vigente (probablemente porque antes de la invención de los signos y el lenguaje estas actividades eran cruciales, ya que si no se hacían el conocimiento se perdía, al existir sólo una transmisión oral). Pero quizá debamos cambiar ya a un enfoque que dé más relevancia al aprender a aprender, a enseñar a los niños las habilidades de meditar sobre ellos mismos, y fomentar su introspección y toma de conciencia sobre la forma en que aprenden y construyen nuevos conocimientos.

Coleridge,  el poeta, decía que el problema de Hamlet es que piensa demasiado. Harold Bloom, crítico literario que he citado en alguno de mis libros, refuta a Coleridge diciendo que Hamlet no es que piense demasiado sino que piensa demasiado bien. Supongo que pensar bien, pensar cada vez mejor, es una aspiración de la mayoría de las personas, pero en mi opinión lo que debería ser, al menos, es un objetivo primordial en la educación de los niños.

Perdidos en los recortes indiscriminados (“España es una prisión”, que diría Hamlet) nos olvidamos de aquello que nunca debería recortarse sino mejorarse, aquello que hará más libres y sabios a los ciudadanos del futuro: su educación. El resto no puede ser silencio (y ahora soy yo quien me atrevo a refutar a Hamlet) sino impulso, energía y determinación, acompañados de la música callada de la meditación.

Enrique González

coach4u.es

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